¿Las ideas de la centroderecha según la izquierda?
Por Felipe Schwember, investigador, Universidad del Desarrollo
Hace algunos días Nicole Darat publicó una columna acerca de las ideas que se levantan en la centroderecha y de su pobre recepción en los partidos del sector. Al hilo de esa reflexión lanzó, además, dos desafíos, a liberales y comunitaristas, acerca del sentido que esas ideas podrían hacer en el electorado.
Probablemente tiene razón, en que el grueso de los políticos de derecha parece estar más preocupado por idear eslóganes y cuñas que por construir un relato.
Creo también que toca una tecla cuando se refiere a la dificultad de la población para identificarse con un sistema de libre mercado. Es cierto que resulta difícil identificarse con un sistema que obliga a atenerse a reglas abstractas, cuya lógica no es siempre es evidente. Pero esta dificultad no debe exagerarse, pues es igualmente difícil identificarse con un sistema que prescinde o reduce el espacio de esas reglas: la gente finalmente se harta de que le digan con quién puede contratar, de qué modo y por qué, sobre todo cuando esas prohibiciones además las empobrecen. Por ese motivo, se podría invertir el problema que plantea Darat: ¿qué tan posible es que las personas se identifiquen con un sistema en que no existe propiedad ni mercado de trabajo (entre otros)?
Es difícil saber la respuesta, pues cuando se consuman los proyectos autoritarios asociados a la “superación del capitalismo” o del “neoliberalismo”, la ciudadanía ya no tiene la posibilidad de rectificar el curso político por medio de elecciones democráticas. La ultraizquierda radical suele echar a andar procesos que luego terminan incluso contra los propósitos originales de sus impulsores, en la destrucción de la democracia (y la Convención parece empeñada en comprar todos los boletos de esa rifa). A la “nueva izquierda” se le hace difícil ver los aspectos emancipadores del mercado porque sus adeptos tienen una concepción pre-smithiana del mismo, como un juego de suma cero. Esa concepción permite, además, complementar el diagnóstico de Darat en los siguientes términos: mientras el problema de la derecha es que no escucha a sus intelectuales, el problema de la izquierda es que escucha demasiado a los suyos.
Pero Darat además parece asumir que el (neo)liberalismo y la derecha defienden un Estado mínimo. No obstante, eso no es conceptual ni históricamente cierto. El neoliberalismo aboga normalmente por formas de subsidiariedad y suficientarismo.
Y la subsidiariedad permite referir a otro punto, que se desprende de la crítica de Darat: que el (neo)liberalismo es una doctrina puramente económica. Pensemos en la concepción simultáneamente asambleísta y corporativista de democracia que defiende la nueva ultra izquierda radical, de la que forma parte el presidente Boric. Esa concepción es incompatible con la subsidiariedad, porque esta última permite que las personas determinen sus identidades por medio de sus elecciones voluntarias.
La democracia corporativista, en cambio, define formas forzadas de pertenencia y representación: el particular tratamiento de los pueblos originarios, los escaños reservados, la discriminación positiva, entre otros, son ejemplos de esa forma corporativa de representación, que transforma el bien común en la improbable agregación de esos intereses. El neoliberalismo, en cambio, es la doctrina según la cual la vida de cada persona no es más que lo que ella escogió para sí y la sociedad liberal aquella en que la relación entre sus ciudadanos no viene definida ni predeterminada por sus respectivas identidades. A esa sociedad podemos contraponer el progresismo identitario de la nueva izquierda, para el cual las identidades son anteriores y superiores a las personas individuales.
La derecha no ha defendido el identitarismo liberal. Eso explica que el neoliberalismo sea un proyecto inacabado en Chile y que los liberales solo nos podamos identificar con reservas con la derecha tradicional chilena.
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