Liberen al litio
SEÑOR DIRECTOR:
Los asuntos públicos suelen exigir la deliberación entre polos en tensión, y el equilibrio idóneo en cada caso se vuelve un difícil dilema en una sociedad heterogénea. Seguridad versus privacidad, recaudación versus inversión, derechos del no nacido versus autonomía de la mujer. De vez en cuando, sin embargo, aparece un unicornio regulatorio, un camino llano sin argumentos de peso en la vereda opuesta.
La normalización de la insólita anomalía del litio es una de esas excepciones.
En 1979, una época en la que el mundo se movía a la cadencia de la Guerra Fría, la dictadura prohibió concesionar el litio, torio y uranio por posibles aplicaciones nucleares futuras. El litio casi no tenía usos alternativos, por lo que nada se perdía con esa precaución.
Transcurridos 44 años, han pasado dos cosas. Primero, las aplicaciones nucleares del litio demostraron más allá de toda duda no justificar tales restricciones. Para satisfacer un inimaginable 100% de la demanda eléctrica mundial con fusión se requerirían apenas 18 mil toneladas anuales, apenas una fracción de lo que hoy se transa libre y alegremente en el mercado de baterías. Segundo, el costo de la precaución pasó de cero a varios miles de millones de dólares anuales que debiésemos estar destinando a las urgencias sociales.
Desde Pivotes hemos impulsado la derogación de este freno al desarrollo. Esta semana, senadores de la Comisión de Minería y Energía anunciaron su intención de presentar un proyecto en esta línea, y diputados de oposición ya ingresaron una moción que subsana este anacronismo.
El debate se abrió y el momento es ahora. No hay buenas razones para mantener el escenario actual. Es de esperar que el oficialismo no se preste para defender la más absurda de las leyes de amarre de Pinochet.
Joaquín Barañao
Pivotes
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