Litio: mañana es tarde
Por Alejandro Montt, abogado especialista en Recursos Naturales, socio de Dalgalarrando y Cía.
Todos los nacidos en este pedazo del mundo conocemos la historia del salitre: del conflicto de impuestos con Bolivia, el involucramiento de Perú, de la Guerra del Pacífico en la década de 1880, del auge de su producción, y su posterior caída. Entre las razones que los estudiosos dan al fenómeno del fin de la era del salitre en Chile están principalmente el desarrollo del salitre sintético a principios del siglo XIX -el que debido al rápido progreso tecnológico y a la primera Guerra Mundial, ya se vendía a un costo más bajo que el salitre chileno el año 1922-, y las crisis económicas mundiales, teniendo como cúlmine la gran crisis del año 1929.
Hoy se vuelve a hablar del nuevo oro blanco. Para no repetir los errores cometidos con el salitre, partamos señalando que el litio está rodeado de mitos que hay que desmentir con fuerza.
Primero, el mercado del litio está lejos de ser de gran tamaño para Chile, ya que representa -pese a su auge- una actividad menor que la carne, y las exportaciones de productos de litio son un 4% de las exportaciones del cobre. Si este sector se sigue desarrollando, se espera que las exportaciones alcancen al vino, que hoy representan casi un cuarto que las de los salmones.
El segundo mito es que el litio es una sustancia estratégica. Las reservas de litio son muy abundantes en el mundo, y Chile tiene cerca del 10% de las mismas (por detrás de Bolivia y Argentina). El litio se convirtió en inconcesible a través del DL N° 2886 del año 1979, por estimarse en ese momento que era de interés nacional por tratarse de un elemento relevante para fines militares y de fusión nuclear. La realidad en cambio nos ha mostrado que el futuro del litio está mucho más relacionado con enfrentar el desafío del calentamiento global a través de la energía y electromovilidad limpia, y para ese desafío el mercado del litio debe abrirse, no cerrarse.
El tercer mito es que, al existir tantas reservas de litio, y un mercado creciente para el mismo, podemos esperar a que el Estado a través de la empresa nacional del litio realice su explotación. Ese dogmatismo choca contra dos realidades: la primera, es que hay avances en sustitutos del litio, como son las baterías a base de sodio. El sodio es muy abundante en el mundo, y de conseguirse un aumento en la capacidad de esas baterías, pueden desplazar a las de litio en un horizonte de algunos años. La otra realidad es que el Estado Chileno en los próximos años se enfrentará a desafíos políticos y sociales de gran envergadura. Para las reformas se necesitarán ingentes recursos públicos, los que no son ilimitados. ¿Podrá el Estado hacerse cargo de los gigantescos gastos que significan las campañas de investigación y exploración de litio y lo que significa su puesta en marcha? ¿El ciclo político permitirá dirigir recursos a esta aventura antes que a otros fines más inmediatos?
Todo lo anterior debiera hacer reflexionar sobre lo importante que es preocuparse hoy mismo de permitir que existan más proyectos de litio en Chile. Es por eso que la idea de que los privados exploten litio a través de un CEOL se justifica plenamente para aumentar la producción y capturar gran parte de su valor, pasando al privado el riesgo de explorar y encontrar reservas suficientes para desarrollar un proyecto.
El litio en nuestro país es el más competitivo del mundo. El gobierno entrante aún está a tiempo de permitirle a Chile ser un actor principal en la revolución de energía y electromovilidad, y que el litio no sea -como lo fue antes el salitre- una oportunidad perdida.