Lo (público) en crisis
Por Ricardo Abuauad, decano del Campus Creativo UNAB; profesor UC
Las ciudades, las buenas ciudades, lucen sus monumentos y edificios, pero lo que de verdad las distingue (porque incluso las ciudades mediocres tienen aquí y allá obras singulares notables) es la calidad de lo público. Alejandro Aravena lo dice certeramente: “Una ciudad debe medirse por lo que se pueda hacer gratis en ella”.
Y si esa preocupación por el valor de “lo público” ha estado en el centro de todo lo que se hace en Chile en los últimos dos años, hay que notar que hoy, al contrario de lo que se persigue, lo público se encuentra más amenazado y degradado que nunca. Por supuesto, en varios aspectos este deterioro venía de antes, pero la combinación de pandemia, estallido y poca gobernabilidad han acentuado esta crisis de casi cualquier cosa que venga seguida de la palabra “público”. El debate (público) es más agresivo, y su versión a través de Twitter, colérica y hasta falta de humanidad. La educación (pública) exhibe las consecuencias de uno de los cierres más prolongados del mundo, y del desplome de liceos emblemáticos. La fuerza (pública) carece de la validación y aval necesarios para ejercer su rol. El orden (público) es desafiado en varios lugares del país, y en Santiago, cada viernes. La imagen (pública) de los servidores (públicos), cuestionada.
Si eso es así en general, en pocos temas es más crítico que en nuestras ciudades. El transporte (público) sufre los efectos del miedo al contagio, de un aumento explosivo en la compra de autos que amenazan con sofocar nuestras urbes, y de un maltrato de parte de “manifestantes” que los queman, golpean y rayan.
La vía (pública), donde deberían convivir planificada y armoniosamente los distintos usos, parece en varios lugares una batalla campal sin reglas, con ciclovías y vías exclusivas invadidas por autos, un nivel de ruido inaceptable y conductores de delivery raudos por llegar a tiempo.
El espacio (público), por último, es el lugar donde todo lo anterior es más evidente. Ese es el espacio de todos, el soporte del encuentro ciudadano. Pero invadido por el comercio ambulante, por la humareda de la fritanga, por la violencia periódica que nadie parece querer o saber frenar, por los rayados que no se sancionan ni limpian, afectado por los comercios cerrados, es poco lo que puede ejercer el rol que le corresponde.
El riesgo de todo esto es enorme: las ciudades donde lo público se degrada se refugian en espacios privados, que parecen ser los únicos seguros, limpios, controlados. Su población se repliega en condominios enrejados, no se baja del auto, recurre a seguridad privada, pasa el domingo en el mall. Lo privado tiene quien lo cuide, pero a lo público hay que cuidarlo entre todos, y requiere respeto, educación cívica, modales y estado de derecho.
El espacio público (y lo público en general) es un logro civilizatorio, una conquista de la sociedad organizada que antepone el bien común a los intereses personales. Como decía el recientemente fallecido Oriol Bohigas, “el espacio público es la ciudad”.
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