Lo que la guerra en Ucrania revela sobre la agricultura orgánica
Por Bjorn Lomborg, presidente del Copenhagen Consensus Center y visiting fellow en Hoover Institution de la Universidad de Stanford
Se avecina una crisis alimentaria mundial debido a la brutal guerra de Rusia en Ucrania. Los dos países son responsables de más de una cuarta parte de las exportaciones mundiales de trigo y de grandes cantidades de cebada, maíz y aceite vegetal. Además del castigo que producen las políticas climáticas y el mundo emergiendo de la pandemia del Covid-19, los precios de los fertilizantes, la energía y el transporte se están disparando y los precios de los alimentos han subido un 61% en los últimos dos años.
La guerra ha dejado al descubierto algunas verdades duras. Una de ellas es que Europa, que se presenta como pionera de la energía verde, depende en gran medida del gas ruso. La guerra ha reafirmado la realidad básica de que los combustibles fósiles siguen siendo cruciales para la gran mayoría de las necesidades mundiales. Y la incipiente crisis alimentaria revela ahora otra dura verdad: la agricultura orgánica no puede alimentar al mundo e incluso podría empeorar futuras crisis.
Aunque durante mucho tiempo ha sido simplemente una tendencia de moda para el 1% del planeta, los activistas medioambientales han promovido cada vez más la seductora idea de que la agricultura orgánica puede resolver el problema del hambre. La Unión Europea está impulsando activamente el triplicar la agricultura orgánica en el continente para 2030; mientras que la mayoría de los alemanes cree que la agricultura orgánica puede ayudar a alimentar al mundo.
Sin embargo, las investigaciones muestran de forma concluyente que la agricultura orgánica produce muchos menos alimentos por hectárea que la convencional. Además, la agricultura orgánica obliga a los agricultores a rotar el suelo fuera de la producción para destinarla a pastura, barbecho o cultivos de cobertura, reduciendo su eficacia. En total, los métodos orgánicos producen entre un cuarto y la mitad de alimentos que la agricultura convencional, impulsada por la ciencia.
Esto no solo hace que los alimentos orgánicos sean más caros, sino que significa que los agricultores orgánicos necesitarían mucha más tierra para alimentar al mismo número de personas que en la actualidad, posiblemente casi el doble de superficie. Dado que la agricultura utiliza actualmente el 40% de la superficie terrestre sin hielo, pasar a la agricultura orgánica supondría la destrucción de grandes extensiones de naturaleza para una producción menos eficaz.
La catástrofe que se está produciendo en Sri Lanka ofrece una enseñanza aleccionadora. El año pasado, el gobierno impuso una transición total a la agricultura orgánica, nombrando a gurús del tema como asesores en agricultura, incluyendo algunos que alegaban dudosos vínculos entre los agroquímicos y los problemas de salud. A pesar de las extravagantes afirmaciones de que los métodos orgánicos podrían producir rendimientos comparables a los de la agricultura convencional, en pocos meses la política no produjo más que miseria, y los precios de algunos alimentos se quintuplicaron.
Sri Lanka había sido autosuficiente en la producción de arroz durante décadas, pero trágicamente se ha visto obligada a importar arroz por un valor de 450 millones de dólares. El té, principal cultivo de exportación de la nación y fuente de divisas extranjeras, quedó devastado, con pérdidas económicas estimadas en 425 millones de dólares. Antes de que el país cayera en una espiral de violencia brutal y dimisiones políticas, el gobierno se vio obligado a ofrecer 200 millones de dólares en indemnizaciones a los agricultores y a entregar 149 millones de dólares en subsidios.
El experimento orgánico de Sri Lanka fracasó fundamentalmente por un simple hecho: no tiene suficiente tierra para sustituir los fertilizantes sintéticos de nitrógeno por abono animal. Para pasar a lo orgánico y mantener la producción, necesitaría entre cinco y siete veces más estiércol que el que tiene actualmente.
Los fertilizantes nitrogenados sintéticos, fabricados en su mayoría con gas natural, son un milagro moderno, crucial para la alimentación del mundo. En gran parte gracias a este fertilizante, la producción agrícola se triplicó en el último medio siglo, mientras la población humana se duplicaba. Los fertilizantes artificiales y los insumos agrícolas modernos son la razón por la que el número de personas que trabajan en las granjas se ha reducido en todos los países ricos, liberando a la gente para otras ocupaciones productivas.
De hecho, un secreto sucio de la agricultura orgánica es que, en los países ricos, la gran mayoría de los cultivos orgánicos existentes dependen del nitrógeno importado blanqueado a partir del estiércol animal, que en última instancia proviene de los fertilizantes fósiles utilizados en las granjas convencionales.
Sin esos insumos, si un país —o el mundo—, eligiera producir alimentos en forma completamente orgánica, la escasez de nitrógeno se volvería rápidamente desastrosa, tal como vimos en Sri Lanka. Por eso, las investigaciones muestran que la agricultura orgánica global solo puede alimentar a la mitad de la población mundial actual. La agricultura orgánica conducirá a alimentos más caros y más escasos para menos personas, mientras destroza más a la naturaleza.
Para alimentar al mundo de forma sustentable y resistir futuros impactos globales, necesitamos producir los alimentos mejor y con menor costo. La historia demuestra que la manera más efectiva para lograrlo es mejorando las semillas, incluso usando la modificación genética, junto con la ampliación de los fertilizantes, los pesticidas y el riego. Esto nos permitirá producir más alimentos, frenar los precios, aliviar el hambre y salvar la naturaleza.