Los muertos del Presidente
Por Javier Sajuria, profesor de Ciencia política, Queen Mary University
Sebastián Piñera tiene a su haber el legado de haber dejado en la ruina a su sector político, dos veces. En su primer gobierno, fue incapaz de montar una estrategia lo suficientemente efectiva para contrarrestar el retorno de Bachelet desde Nueva York. Esta vez, sus propios errores políticos y financieros están por sepultar, o al menos suspender por un largo tiempo, a parte importante de las nuevas generaciones de la centroderecha.
Primero fue el estallido, donde escudado por la vieja guardia de su primer gobierno, Piñera exhibió la misma impericia para manejar conflictos sociales que ya había mostrado en 2011. En vez de buscar la forma de contener y encausar, avivó las pasiones y entró en un diálogo bélico que nunca se fue del todo. Con eso, terminó por quemar a quienes fueron sus escuderos en el primer gobierno, relegándolos a asumir las culpas por un par de declaraciones sin tino antes del estallido. Lo mismo ocurrió con su equipo político, que sirvieron de fusible para contener la rabia ciudadana por las violaciones a los DD.HH..
La discusión del primer IFE y los subsecuentes retiros de las AFP son otro ejemplo. El diseño presidencial fue uno a contrapelo de las demandas ciudadanas. Mientras encerraba en cuarentenas a quienes no tenían con qué comer, enviaba a sus ministros a pelear porque las ayudas fueran las menos posibles. Su reticencia inicial a ocupar el poder del Estado para enfrentar la crisis le abrió la puerta a los oportunistas que propusieron, y siguen proponiendo, retirar los fondos de las AFP. Si bien es irritante que, desde izquierda a derecha, políticos sigan ocupando la plata de los ahorros previsionales individuales como munición de campaña, vale la pena preguntarse qué hubiese pasado si el Presidente llegaba a tiempo en vez de arrinconarse en sus propios sesgos.
El afán presidencial de arrasar con su propio sector no termina en malas decisiones políticas, sino que también en decisiones éticas. En el último evento, el Presidente no descartó en mandar a su equipo político a mentir abiertamente sobre lo que el Ministerio Público tuvo o no a la vista en la causa sobre Dominga. Más allá de su rictus dramático cuando salió a desmentir a la Fiscalía, lo cierto es que, nuevamente, lo pillaron en sus propias fallas.
No se trata de exculpar a quienes han visto sus carreras políticas truncadas por la acción del Presidente; ellos y ellas son responsables de sus actos y decisiones. Pero es difícil no reconocer que, si actuaban de buena fe, era improbable prever el nivel de revelaciones que hemos conocido en los últimos días.
La centroderecha enfrenta, en varios países, el dilema de cómo abordar el crecimiento de su versión más extrema. En Chile, el Presidente le ha hecho el camino fácil a la derecha radical, la misma que tiene poco aprecio por la democracia y sus libertades. En el camino, ha herido -quizás de forma definitiva- al otro Sebastián, su candidato a sucesor. Y nos dejó a todos con el fantasma de una derecha autoritaria que creíamos que iba a la deriva.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.