Los países tienen la oposición que se merecen
A diferencia de lo que sugiere el título de esta columna, Chile no se merece esta oposición. Chile se merece una oposición leal con la democracia y constructiva en llegar a acuerdos. No vivimos tiempos normales.
Eso aseveraba el politólogo italiano Gianfranco Pasquino. Si lo anterior fuese válido para Chile, quiere decir que estamos en serios aprietos. En estas líneas proponemos que los partidos que conforman la variopinta oposición actúan con una creciente disociación de la realidad. Ello, ya que cada vez tienen menos claridad respecto de cuáles son las preferencias de sus bases electorales y, mucho menos, de la ciudadanía en general.
Producto de esa desorientación, una parte importante de las huestes opositoras han adoptado un rol de obstruccionismo y crítica permanente en medio de la grave crisis que enfrenta el país por el COVID-19. Más complejo aún, hay sectores que se comportan y operan de modo abiertamente desleal a la democracia desde el 18-O. Con todo, estamos convencidos de que, a diferencia de lo que señalaba Pasquino, esa no es la oposición que los chilenos se merecen.
Veamos a los actores. Empecemos por aquellos de “reciente” constitución. El Frente Amplio (RD, Convergencia Social, Comunes, Partido Liberal y Gabriel Boric) pasó de ser el crisol de lo que ellos denominaban la nueva política a convertirse en el paraguas para diversos proyectos, muchos de ellos al parecer con un tinte personalista. Se han caracterizado por una conducta política errática, que ha sido calificada como una falta de madurez. Un día confrontan a los militares en la Plaza Italia, al otro se sientan a firmar un acuerdo constitucional con todos los partidos y para rematar terminan acusando constitucionalmente al Presidente de la República.
Recordemos que su objetivo fundacional era acabar con la ex Concertación, tal y como Podemos en España nació para terminar con el PSOE, partido con el que hoy gobiernan. Para el Frente Amplio, Ricardo Lagos Escobar representa lo mismo que Felipe González para el partido de Iglesias.
Los partidos del Frente Amplio se vieron notablemente sobrerrepresentados en el nuevo sistema electoral, pero la realidad es que las fuerzas que lo conforman carecen de implantación territorial, y no han podido sacudirse del “mote” de que sólo serían el MAPU con Iphone con bases en “nichos” altamente ideologizados y fronteras programáticas internas. No olvidar, por ejemplo, que Mirosevic, del Partido Liberal, apoyó a Piñera en 2009.
La ex Nueva Mayoría, por su parte, está llena de complejos, culpas y visiones contrapuestas sobre el futuro. En la DC convive cierto populismo social cristiano con posiciones más moderadas que han despuntado para apoyar al gobierno en algunos proyectos de ley importantes.
Ese rol de pivotes circunstanciales les ha granjeado el repudio de los sectores más extremos de la oposición. El fracaso del diputado Silber en llegar a la testera es, en parte, reflejo de esa fractura. Si se pudiera aplicar la psicología a la conducta política, uno diría que la DC adolece hace un buen tiempo de trastorno bipolar. Ello se debe, como adelantamos arriba, a que no tiene claridad meridiana sobre a quiénes representan realmente en el Chile de hoy. Los resultados de la segunda vuelta en 2017 pueden haberlos dejados más confundidos. Lo que sí está claro es que ya no son la DC moderada y constructora de grandes acuerdos de los noventa. La culpa los tiene paralizados: los dirigentes de la falange parecen no sentirse orgullosos del legado de Aylwin, Frei y Boeninger. Y menos de la coalición política que constituyeron para gobernar Chile en los últimos 30 años.
El PPD, por su parte, parece que nunca superó bien la condición de ser un partido instrumental. Siguen buscando su lugar en el firmamento político. Los radicales, por su parte, viven un largo y lento desangramiento político, que hoy los tiene con una pequeña bancada y cada vez menos influencia. El Partido Socialista logra mantener una votación más o menos estable en el tiempo, pero son quizás los que más sienten la presión de sus “hermanos chicos rebeldes” del Frente Amplio y de los comunistas. Eso lleva a los socialistas a extremar posturas y explica que hayan sido de los más duros en la oposición.
El Partido Comunista no adolece de ninguna bipolaridad. Su marco ideológico y estratégico se traduce en su acción política: son una oposición abiertamente desleal al régimen democrático. Cabe tener en cuenta que el Presidente del PC, el diputado Tellier, salió a pedir la renuncia del Presidente de la República al día siguiente de la “fiesta” de destrucción del 18-O.
En lo global, la oposición ha sido errática y zigzagueante en su actitud política estos meses. Qué más ilustrativo de esa desorientación que lo siguiente: apenas cuatro días después de firmar el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución presentaron una acusación constitucional en contra del presidente Piñera. Solamente cuatro diputados DC y dos radicales votaron en contra.
En síntesis, tenemos una parte de la oposición que adolece de inmadurez y maximalismo (FA), otra parte que es bipolar (DC, PPD y PR) y otra que opera con todo como oposición desleal a la democracia (PCCH). El PS, muy tensionado, hasta ahora puede ser catalogado como una oposición semi-leal. Ahora bien, a diferencia de lo que sugiere el título de esta columna, Chile no se merece esta oposición. La oposición debería estar apoyando constructivamente al gobierno en el combate al COVID-19.
Chile se merece una oposición leal con la democracia y constructiva en llegar a acuerdos. No vivimos tiempos normales. Vivimos tiempos donde la grandeza de todos es el único puente para cruzar las aguas tempestuosas que tenemos por delante.
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