Los pobres del mundo no deberían pagar por costosas políticas climáticas
Por Bjorn Lomborg, presidente del Copenhagen Consensus Center
Para hacer frente al cambio climático, los países ricos siguen prometiendo que dejarán de utilizar combustibles fósiles en 29 años. Pero a medida que esto se vuelve insoportablemente costoso, el G7 está pensando en hacer que los pobres del mundo lo paguen. Y va a salir mal.
Los países ricos han experimentado un desarrollo increíble gracias al enorme uso de energía extraída, en su mayoría, de los combustibles fósiles. De hecho, el 79% de su energía todavía proviene de allí. Terminar con esta práctica no solo será difícil, sino que representa un potencial desestabilizador social y es sorprendentemente ineficaz.
Para ver cuán difícil será solo hace falta echar un vistazo al reciente comunicado de la ONU, centrado en unos Acuerdos de París que prometen reducir las emisiones globales un 7,6% anual durante toda la década. En él, la ONU comenta con orgullo que este objetivo casi se alcanza en el 2020, con los confinamientos globales debido a la Covid-19.
Pero este año necesitamos el doble de reducción, igual a la de dos confinamientos. Y serán tres en 2022, terminando con el equivalente a once confinamientos globales por año, a partir de 2030. Los modelos económicos muestran que esto costará decenas de billones de dólares al año.
También desestabilizará a los países ricos. Porque al reducir el crecimiento, las políticas climáticas amenazarán la cohesión social a largo plazo, cuando la gente se percate de que sus hijos no estarán mejor que ellos y que sus pensiones se debilitarán.
Además, los recortes no provocarán cambios de importancia en el clima. Aunque los países de la OCDE recorten hoy todas sus emisiones de CO2, el modelo climático estándar de la ONU muestra que el calentamiento global solo se reduciría en 0,4°C para 2100.
¿Cuál es la razón? Que 6.000 millones de personas de los países que no son ricos también quieren acceder a una energía barata y abundante, una que los ayude a salir del hambre, las enfermedades y la pobreza. Ellos están preocupados por el crecimiento económico que pueda crear bienestar, así como resistencia a las enfermedades e, incluso también lo están por el cambio climático.
Por desgracia, las políticas climáticas hacen daño a los países en vías de desarrollo. Los actuales Acuerdos de París forzarán a más gente a vivir en la pobreza para el 2030 de la que caería en ella de no existir dichos acuerdos. Si nuestro objetivo es la reducción de 2°C o 1,5°C, un reciente estudio revisado por pares muestra que el precio a pagar será de 80 millones más de pobres, así como 180 millones de personas más en situación de hambruna, para mediados de siglo.
Ahora, los países ricos quieren que los pobres paguen el costo a través de tarifas al carbono. El Reino Unido presiona la creación de impuestos fronterizos como una de las prioridades clave de su presidencia del G-7, y la propuesta está siendo bien recibida por los EEUU, Europa y Canadá.
Si Europa y los EE.UU. aumentan los costes energéticos, serán más las empresas que se escapen a áreas con menos regulación. Aplicar aranceles fronterizos a las importaciones de acuerdo con sus emisiones subyacentes reduce esos movimientos. Básicamente porque opera como una medida proteccionista para los países ricos, que impondrán medio billón de dólares en costos adicionales a los pobres. Tal y como concluyó un muy citado estudio, “el principal efecto de las tarifas al carbono es pasar la responsabilidad sobre las políticas climáticas del mundo desarrollado a los países en vías de desarrollo”.
La UE y otros actores creen que las amenazas arancelarias forzarán a los países en vías de desarrollo a adoptar sus propias, y costosas, políticas climáticas. Pero esto sería un desastroso error de cálculo.
Al obligar a los países en vías de desarrollo a escoger entre perder miles de millones o perder aún más miles de millones, es probable que se genere un profundo resentimiento con un mundo rico que dice querer implementar políticas climáticas para ayudar, pero que en realidad transfiere los costos a los países pobres. Esto podría conducir a una guerra arancelaria que lleve a los países en vías de desarrollo a crear su propio régimen de libre comercio.
La forma efectiva de combatir el problema real del cambio climático es aumentando, de forma drástica, la inversión en el desarrollo e investigación sobre energía verde. Si el precio de la energía verde cayera por debajo del de los combustibles fósiles durante la próxima década, todo el mundo cambiaría de energía sin problema.
El G7 necesita entrar en razón e invertir en innovación verde. Quitarles a los pobres del mundo los dos motores de su desarrollo —energía abundante y libre comercio— es, simplemente, inaceptable.