Magallanes en la ecuación energética global
Por Teodoro Ribera, rector de la Universidad Autónoma de Chile y ex ministro de Relaciones Exteriores
La implementación de inversiones en la Región de Magallanes y la Antártica Chilena para la producción de hidrógeno verde (H2), es una pieza más de un puzle de gran volumen en un orden global en transición. Si los combustibles fósiles dibujaron el mapa geopolítico en los últimos dos siglos, esta transformación energética trazará la de los próximos diez años, remodelando las relaciones entre los Estados y, muy probablemente proyectará las hipótesis de conflictividad, entre otras razones porque el suministro de energía ya no será el dominio de pocos países, y la mayoría de ellos podrá aspirar a una independencia energética.
En paralelo, la ciencia y tecnología le está dando un impulso irreversible a las nuevas energías, mientras que la innovación –en digitalización y almacenamiento-, acompañan este proceso a una velocidad y consolidación inimaginables años atrás.
No sólo la preocupación por enfrentar los efectos y causas del calentamiento global, sino que también hechos más locales, como la pugna entre Rusia y su vecina Ucrania -por cuyo territorio se despliega un gasoducto que desde el primero abastece de gas a Europa-, apuran los tiempos del H2. Las tensiones aumentan, involucran a Europa y ante ello, el polémico gasoducto construido bajo el mar Báltico entre Rusia y Alemania (Nordstream), programado para sortear las inseguridades políticas reinantes, aflora como un pasivo en la ecuación de una Europa vulnerable energéticamente.
Seguridad, autonomía, sustentabilidad y continuidad, son propiedades de gran valor para la política energética europea, altamente dependiente de fuentes lejanas al bloque. Si en política exterior es meritoria su unidad, en la energética acusa diferencias notorias, pues mientras algunos países desmontan sus centrales nucleares, otros en cambio las alientan. La ausencia de fuentes energéticas masivas, sustentables y capaces de reemplazar a las tradicionales, entorpece los consensos y subraya las incertidumbres. El H2 abre perspectivas a Europa, y de paso a Chile, pues brinda esperanzas de edificar una economía sustentable. Sin embargo, su concreción debe converger con los intereses nacionales, pero en particular de las regiones del país que sostienen estos proyectos.
El interés europeo por explorar el H2 en la Región de Magallanes -también en otros lugares de América Latina-, apunta a asegurar polos de abastecimiento energéticos alternativos, que empalmen con nuevos estándares políticos y ambientales. La lejanía de Chile se compensa con las propiedades políticas que ofrece el H2, aunque también en la certeza jurídica y seguridad política que puede ofrecer.
En suma, y como resultado de la incertidumbre ambiental, su condición de paso natural entre océanos y continentes, y sus potencialidades energéticas, nuestra zona sur austral se ha vuelto un núcleo geográfico en el que confluye una nueva centralidad y atención científica y geopolítica.
Comprender esta hipótesis y empalmarla con una perspectiva que revalorice Magallanes y su proyección incluso hacia la Antártida, ofrece una matriz de insumos que nuestra política exterior debería integrar como un activo estratégico. Cuidar y preservar las condiciones políticas de nuestro extremo austral es uno de los mayores desafíos para la diplomacia chilena
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