Manotazo tradicional: el que quiere puede
No somos Turquía, Argentina, ni Zimbabue, sin embargo, la destrucción en cámara lenta que estamos viendo del que fuera el noble peso chileno me preocupa mucho. Mismo peso que hace una década, con el cobre más bajo que lo que está hoy, lo podíamos cambiar por la moneda del mundo por solo $500.
En 2003 Zimbabue estaba en una de sus crisis, no había productos en las tiendas y la inflación estaba fuera de control. Entre la falta de papel y la velocidad a la que se necesitaba imprimir más ceros en ellos, hasta los billetes escaseaban.
Pocos años antes, Cargill, el mayor trader de productos agrícolas del mundo, había instalado en ese país una enorme operación de algodón para abastecer la insaciable demanda china por ese commodity. Sin embargo, la falta de efectivo les impedía pagar a 20.000 pequeños agricultores y proveedores que solo podían recibir por ese medio. La solución: imprimir ellos mismos los dólares zimbabuenses que necesitaban.
Para cubrirse las espaldas, supongo yo, decidieron depositar como respaldo en un banco local los dólares americanos equivalentes a lo que iban imprimiendo.
Los billetes de Cargill tenían las mismas denominaciones que los oficiales, pero en vez de llevar la firma del gobernador del Banco Central, llevaban la firma de los dos principales ejecutivos locales de la empresa. Tanto por la mayor confianza crediticia que estos señores daban como por la escasez de originales, estos billetes rápidamente se empezaron a usar masivamente.
El dinero creado por Cargill, y que el gobierno de Zimbabue tuvo que aceptar por su propia incapacidad, terminó siendo un negocio para la empresa incluso más lucrativo que el mismo algodón. Quienes lo recibían lo gastaban, y durante el tiempo que pasaba de mano en mano hasta que llegaba finalmente al banco, la inflación de casi 400% ya había hecho su magia negra a favor de la empresa: la deuda de Cargill con sus proveedores (medida en dólares americanos) se había reducido a casi nada.
Esta historia, y muchas más sobre estados que destruyen su economía y su moneda y no les queda más que recibir el abrazo del oso de traders, aparece en The World for Sale de Javier Blas y Jack Farchy.
El negocio de Cargill en Zimbabue es el manotazo tradicional del que lucran todos los gobiernos de países que sufren una inflación desatada: riqueza que va desde las personas a los gobiernos sin consentimiento ni legislación.
La comodidad del impuesto inflación, o depreciación (van juntos en el largo plazo), es evidente. Recauda un 5% adicional de PIB, o un 8%, o un monto equivalente a lo ahorrado en las AFP, o lo que se quiera, en el mismo acto que el gobierno decide hacer su gasto: bienes privados pasan a dominio público a cambio de billetes (o deuda cambiable por billetes). El que quiere puede, por decirlo de alguna manera, hasta que no haya riqueza para transferir.
No somos Turquía, Argentina, ni Zimbabue, sin embargo, la destrucción en cámara lenta que estamos viendo del que fuera el noble peso chileno me preocupa mucho. Mismo peso que hace una década, con el cobre más bajo que lo que está hoy, lo podíamos cambiar por la moneda del mundo por solo $500.
Al daño causado por los retiros de las AFP y el IFE en exceso, Boric pretende sumar más gasto público y otras ideas que le quitan valor a nuestra moneda: la “rentabilidad garantizada” y el “Banco de Desarrollo” por mencionar dos.
La rentabilidad garantizada es endeudar al Fisco con aquellos que aun cuentan con ahorros para la jubilación a una tasa elevada. Lamentablemente en este aspecto el Fisco no es Chang, y sí puede cumplir su promesa de rentabilidad garantizada (en pesos), haciéndonos pagar la cuenta a todos nosotros con la pérdida de valor que sufrirá la moneda.
El Banco de Desarrollo es poner al Fisco a invertir a una tasa baja (préstamos en condiciones preferentes) en determinados negocios. Primero, sospecho de aquellos que descubren oportunidades de inversión solo cuando toman un cargo público (sea en farmacias, gas, ferreterías, o banca). Segundo, fijar tasas preferentes a gran escala reduce la efectividad del Central (dime que le quieres quitar independencia al Central sin decirme que le quieres quitar independencia).
Cuando vivía en Brasil pregunté alguna vez, ¿por qué los continuos incrementos de la tasa del Central, que hace rato pasó los dos dígitos, no le hacen ni cosquillas a la inflación? Alguien que sabe me respondió: porque el BNDES presta al 3%.
*El autor es Ingeniero Civil PUC y MBA The Wharton School
(@tomcasanegra)
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