“Mátenme ”


Por Marcelo Sánchez, gerente general de Fundación San Carlos de Maipo

Mátenme…repetía quien con sus quince años estaba ahí amarrado mientras la turba le propinaba un castigo “ejemplar”. Él, minutos antes, había enterrado un cuchillo a un vecino en un asalto con otros. Los adultos, que huyeron dejándolo a merced de la ira colectiva, como la carne de cañón, el fusible que debe quemarse, aquel a quien nadie le importa, ni a ellos, sus poco solidarios compañeros de crimen. Los vecinos cansados de la injusticia se transformaron en verdugos, salaron sus heridas, golpearon su cuerpo desnudo, allí humillado y despojado de cualquier atisbo de dignidad, desgarra un grito que pide la muerte antes que el dolor. No hubo estado de derecho, ni confianza en las instituciones, tampoco el correcto procedimiento de la detención ciudadana, solo venganza animada por la rabia contenida y la falsa ilusión que se detiene el crimen transformándonos en criminales.

Desde la cuna, muchos niños nacen en contextos vulnerables, gran parte superan las dificultades de la vida, pero otros crecen en un mundo que los lincha día a día, abandonados de sus padres, o porque los dejaron, o porque ellos fueron los primeros en irse presos, para terminar en un centro de Sename o vagando en las calles, expulsados de los colegios, segregados como parias.

Allí conocieron la droga, de una “mano” que les dio algo de protección a cambio de ser el “sapo” de la esquina, o luego de unos años portaron el “Fierro” para servir al narco de turno. En la banda encontraron “la familia” cuya sangre es la exclusión social que creen superar a punta de plomo y monedas. Marginados, acostumbrados a los golpes, esperándolos para justificar también su rabia, para ratificar que nunca será distinto, son ellos los “pavos”, los “giles”, los que les arrebataron su presente, porque jamás piensan en el futuro. Reinserción, una palabra confusa para quién jamás ha estado inserto.

Miles de niños cada año caen en las bandas que los utilizan, es parte del destino inexorable de quienes, arrebatados por la droga y por el abandono, cada día irán -delito tras delito- adquiriendo el oficio, un día será más violento que otro, hasta que la pérdida de la infancia, los lleve a la adultez sin retorno, algunos terminarán presos, otros muertos, abandonando a los hijos a los que heredarán el calvario de sus padres, si no somos capaces de llegar antes que secuestren sus vidas.

Atado al árbol desnudo recibiendo los golpes e insultos, un adolescente entiende que la rabia que lo acompañó toda su vida es la única compañera en medio de su dolorosa soledad, todo el odio que sentía queda saldado por un odio mayor, irracional, brutal como el hecho que manchó sus manos con sangre inocente. Del castigo “ejemplar” no aprendió nada… cuando esto pase, para él habrá un motivo más para la rabia y para seguir en su Vida. Qué distinto hubiera sido ese instante con un poco de humanidad.

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