Opinión

Mediocridad, la grata medianía

Mediocridad, la grata medianía. (AP Photo/Matias Basualdo) Matias Basualdo

Nuestra vida personal supone ir enfrentando diversos escenarios que van modelando la forma y sentido de nuestra existencia. Lo mismo sucede con los países que progresan, forjando su fisonomía en lo cotidiano.

Cómo asumir ese porvenir, con qué ánimo dar la batalla y qué medios escoger para superar los obstáculos de la contienda es lo que hace la diferencia entre avanzar o retroceder. Por cierto, ello dependerá de muchas condiciones, pero sin lugar a dudas el espíritu con que se da este proceso resultará crucial a la hora de verificar logros.

Chile viene enfrentando sus retos en diversos ámbitos con resultados magros que incuban una penosa frustración.

Sabemos de nuestro sostenido bajón económico. El PIB crece en porcentajes mezquinos, inferiores al 2%, y la deuda pública se incrementa sin cesar desde el 3,9% de 2007, hasta superar este año el 42%. Somos uno de los tres países de América Latina con más rezago en la recuperación del empleo perdido con la pandemia. La falta de productividad, las trabas burocráticas ahogan el emprendimiento. El pesimismo personal y del país aumentan desde 2015. Algunos atinan solo a subir impuestos, como la llave que resolverá la crisis, actitud que, tal vez, revela conformidad con este panorama.

La política no anda mejor. Subsiste el fraccionamiento partidista, la polarización, el independentismo, la falta de efectividad de las instituciones y el personalismo que, en los últimos días, golpea fuerte a la coalición oficialista y amenaza a la oposición con perjudicar sus inmejorables posibilidades de llegar a La Moneda con mayoría parlamentaria. La ingobernabilidad está instalada. Se sabe cómo cambiar este régimen y cómo lograr alianzas virtuosas, pero las aguas fluyen inalteradas.

Ni hablar del fútbol, por tocar una realidad lejana a las mencionadas, afectado por el mismo virus, confirmando que es un mal generalizado. El nivel de nuestros equipos en el plano internacional es patético: luchan por el trofeo de los peores. Nuestra competencia evidencia signos de decadencia crecientes: los partidos no se juegan ni atraen público, faltan estadios, solo gana la violencia de las barras bravas que, como el crimen organizado, forja una nueva connivencia. Languidece sin gloria nuestro deporte preferido ante la inercia de sus dirigentes.

En esta concatenación de realidades decepcionantes, la esperanza deriva en una especie de resignación, una actitud de tomar las cosas como vienen sin esmerarse en mejorarlas, como si todo diera lo mismo y estuviéramos predestinados. Se ha extraviado “el espíritu”, ese que lleva a innovar, a tomar riesgos, a procurar la excelencia, a privilegiar el mérito. La mediocridad es la nueva normalidad que se ha encarnado en el modus vivendi de lo público, opacando los esfuerzos que a diario hacen los chilenos por el bien común.

Pareciéramos disfrutar de esa paz aparente que da la pasividad, aunque nos vean –al decir francés- como un imbécile hereux, esto es, cual estúpido que se solaza de su situación, gozando de la grata medianía.

Por Hernán Larraín F. abogado y profesor universitario

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