Milagro secreto

Agustin Squella 01 (1)


Por Gabriel Zaliasnik, profesor de Derecho Penal, Facultad de Derecho U. de Chile

En el cuento “El milagro secreto” de Jorge Luis Borges, el protagonista sueña con una larga partida de ajedrez, en la cual dos familias enemigas se enfrentan. La partida había comenzado siglos atrás y ya nadie recordaba bien las reglas del juego. Algo de ello hay en los tiempos que vive Chile.

Nos enfrentamos a un inmenso tablero de ajedrez sin recordar bien las reglas del juego democrático o deseando alterarlas como ocurre con el impúdico proyecto de indulto general a quienes son investigados por los hechos de violencia y delincuencia posteriores al 18-O, o con el tardío intento de modificar la elección de constituyentes incorporando reglas ad-hoc que distorsionan la igualdad del voto.

A su vez, parecemos familias enfrentadas por hechos que paulatinamente hemos distorsionado. De otro modo no se explica un suceso que para muchos pudo pasar desapercibido, pero que refleja fielmente lo anterior. El destacado profesor y filósofo del Derecho Agustín Squella, tras anunciar su deseo de ser parte de la Convención Constitucional como independiente, afirmó que no votaría por Daniel Jadue en una eventual candidatura presidencial, debido a que el Partido Comunista “no es amigo de las libertades individuales”. Su certera afirmación fue refrendada por el propio PC al felicitar al régimen de Nicolás Maduro por lo que calificaron como “impecables elecciones” legislativas, pese que la OEA las rechazó por estimarlas fraudulentas y parte de una estrategia que “consolida a Venezuela como una dictadura”.

La opinión de Squella activó de inmediato la virulencia de las redes sociales. Quien era visto como una voz crítica a la actual Constitución y que con su nivel intelectual cobijaba o permitía disimular parcialmente el desenfado de los sectores más radicales que empujaron la violencia de octubre de 2019 y posteriormente el proceso constituyente, dejaba de ser digno de veneración. La crítica al Partido Comunista les resultaba intolerable.

Así, se difundió cobardemente su antiguo “pecado”, aquel que lo hacía merecedor de la moderna inquisición de las redes sociales, pese a que probablemente Squella ni siquiera participe de ellas. Todos los 11 de septiembre asistía a un asado que organizaba un amigo partidario de la dictadura militar. Poco importaba si lo hacía con una bandera negra o llegaba gritando “¡día aciago!”, pues para nuestros neo inquisidores no hay matices. Ni la prudencia ni el equilibrio forman parte de sus binarias reglas del juego en que la lógica amigo/enemigo se ve retratada vivamente en el “perturbador” pecado de Squella. Claro está, Squella no ha olvidado las reglas de la partida de ajedrez propias de una democracia. Squella mantuvo su lucidez en los días oscuros de una dictadura y la mantiene ahora en los días oscuros de la revuelta, defendiendo con su postura las libertades individuales. Eso es por cierto una herejía para quienes no creen en ellas.