Mínimos comunes



La elección de la mesa de la Cámara de Diputados ha sido un verdadero testimonio, casi el resumen ejecutivo del estado de deterioro que hoy vive la oposición. Desde el inicio, cuando Frente Amplio amenazó con desconocer el acuerdo administrativo, hasta la primera votación en la que Jaime Bellolio obtuvo una inesperada victoria, todo ha expuesto los signos de un cuerpo inerte o, más bien, en proceso de clara descomposición.

El Frente Amplio no tuvo inconvenientes en participar de un vil chantaje, condicionando el cumplimiento de un compromiso adquirido, a que la DC se resignara a no apoyar iniciativas del gobierno. Esa exigencia impresentable fue la razón para poner en duda la continuidad del acuerdo administrativo, y la razón para destrabarlo fue la aparente decisión de la Falange de no apoyar proyectos oficialistas, sin el consentimiento de los demás partidos de oposición.

La DC optó entonces por perder todo lo avanzado en 2018 en materia de autonomía e independencia de criterio, negociando incluso la renuncia del diputado Gabriel Silber a su candidatura, ante una acusación anónima y supuestamente falsa. Y debió también conformarse con aceptar que, hasta el último minuto, se pusiera en riesgo la mayoría opositora, como de hecho ocurrió en la primera votación, cuando algunos honorables del Frente Amplio se dieron el gustito de apoyar al candidato de la UDI.

Al final, el mensaje quedó claro: la DC está con 'tarjeta amarilla', como un alumno dejado condicional por su mala conducta, es decir, por haber intentado evaluar los proyectos del gobierno en su mérito y votarlos en conciencia. Desde ahora, tiene y tendrá un inspector sobre sus hombros, una voluntad inquisidora que le exigirá cumplir su parte del compromiso: votar según los criterios que se establezcan en una negociación previa al interior de la oposición; renunciar por tanto a cualquier decisión que suponga desconocer este eufemismo llamado 'mínimos comunes'.

Sin duda, el precio pagado por la DC es enorme, pero al Frente Amplio este acuerdo tampoco le fue gratis. En rigor, ha salido de este desenlace profundamente dividido, con un sector interno que desde el inicio se opuso a seguir pactando con un partido que, más temprano que tarde, terminará desmarcándose y votando de manera distinta alguna iniciativa gubernamental. Es inevitable: en algún momento la DC no podrá consensuar posiciones con el Frente Amplio y votará sin someterse a la exigencia de los 'mínimos comunes'. Y cuando eso ocurra, los sectores del Frente Amplio que cuestionaron la continuidad de este matrimonio por conveniencia saldrán a enrostrarle a sus compañeros de coalición lo obvio: la DC nunca estuvo en condiciones de cumplir su compromiso; a la larga tendría que haber un punto insalvable por el que fuera obligada a desmarcarse, exponiendo por tanto la ingenuidad de quienes aceptaron este turbio negocio.

Al final del día, los 'mínimos comunes' terminarán siendo el ritual funerario de una unidad opositora ya muerta y enterrada.

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