Mirar al centro
Por Josefina Araos, Investigadora IES
“El domingo se derechizó Chile” fue una de las conclusiones más difundidas durante esta semana, ante el triunfo de José Antonio Kast y el claro repunte de la derecha después de la estrepitosa derrota en el mes de mayo. Y la tesis la defienden no tanto los adherentes, como los detractores del candidato del Frente Social Cristiano. Mientras reconocidos analistas de izquierda hablan de un “giro conservador” o del “fin del hechizo del estallido”, políticos del sector advierten la necesidad de moderarse. Así, en paralelo a la cruzada por defender la democracia –pues ya decidieron que Kast representa su amenaza– hemos visto estos días llamados como el de Gabriel Boric a “bajarse del árbol” o a dejar de darse “gustitos” de parte de algunos convencionales. Aunque por momentos esto parece mera estrategia, es indudable que el cambio de escenario los ha obligado a rectificar. Sin embargo, esto no orre solamente para la candidatura de la izquierda. La alerta es para ambos lados, lo que se confirma en los cambios de tono y equipos que José Antonio Kast ha llevado a cabo en estos días. Los dos ganadores de la primera vuelta están mirando al centro e intentando controlar a sus miembros más patológicos.
Esto obliga a preguntarse si acaso la hipótesis inicial de la derechización es correcta. Aunque hay elementos que podrían indicar un giro hacia allá –como la demanda de orden y seguridad–, es demasiado pronunciado y rápido el vaivén en el comportamiento electoral como para sacar conclusiones tan categóricas. Tal vez lo que está definiendo hoy las cosas tiene más relación con un castigo a la clase política tradicionalmente en el poder, que con eventuales movimientos abruptos en las preferencias ideológicas. Porque recordemos que el domingo pasado no solo ganaron Kast y Boric, sino también Franco Parisi, a quien han presentado incluso como una especie de herencia del voto desafectado y enojado de la Lista del Pueblo. Si consideramos que en este último tiempo la gran constante ha sido la sorpresa, valdría la pena demorarse un poco más en explicar los procesos en los términos habituales. Así como fue apresurada y conveniente la lectura en mayo de una hegemonía de la izquierda –que asumió que el Apruebo le pertenecía–, también es arriesgado dar por sentado el cambio hacia el lado contrario. Lo único claro por el momento es que nadie sabe bien por qué pierde ni por qué gana y, por lo mismo, los triunfadores, del lado que sean, deben cuidarse de las borracheras electorales.
No hay entonces necesaria derechización ahora, así como tampoco hubo izquierdización garantizada en mayo. Lo que sí existe es una sociedad que en cada encuesta y estudio refuerza la demanda transversal por una certidumbre que abarca, al mismo tiempo, seguridad en el sentido más convencional del término y cambios que entreguen certeza a existencias marcadas por la precariedad. Se trata de una sola gran exigencia que hoy, sin embargo, se encuentra separada en dos candidaturas opuestas. Algo de ese dilema intuyen los candidatos que, en estos días, han intentado mirar hacia el centro, aunque no tengan tampoco muy claro en qué consiste. Y en eso se jugará probablemente el triunfo en la segunda vuelta: en ser capaces de interpretar con éxito a ese centro aún indescifrable. Nadie tiene la receta mágica, pero todo indica que la convocatoria de ese mundo no dependerá de cuánto lo ilustre la elite respecto de las amenazas encarnadas por el adversario –o de cuántos apoyos transversales y destacados se convoquen–, sino de la conexión honesta y humilde con anhelos largamente desoídos.
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