SEÑOR DIRECTOR:

En el balance de la Ley Karin, el sector enseñanza está en el tercer lugar en la lista de denuncias. La violencia que a diario reciben los docentes por parte de estudiantes y apoderados menoscaba su integridad. No obstante, el respeto a la dignidad surge si el centro de las decisiones públicas e iniciativas privadas es la persona, no la ideología en boga.

Este cambio de perspectiva permite aceptar a quien prefiera pensar, aunque esté de moda sentir; a quien confíe en las instituciones, aunque muchos quieran derribarlas; a quien participe de una comunidad eclesiástica, aun con el dolor de los abusos; a quien guarda las tradiciones, aunque pasar de ellas parezca ser más “pro”. Esto exige una apertura que la palabra “tolerancia” no alcanza a describir. Hace falta un genuino amor a lo humano y una buena dosis de esperanza.

El idealismo de los jóvenes, la alegría de los niños y el tesón de los trabajadores hablan de un Chile que quiere el bien. La invitación del Presidente tras el Tedeum es elocuente: “Mirémonos a la cara”. Agrego otra acción: trabajemos por el bien y la verdad, en vez de por nuestro bien y nuestra verdad, supeditando la ideología al bien común. Si los políticos, autoridades y quienes ostentan cargos de responsabilidad lo intentan, tal vez podamos recitar con Charles Péguy: “Una llama temblorosa ha atravesado el espesor de los mundos/una llama vacilante ha atravesado el espesor de los tiempos,/una llama imposible de dominar, imposible de apagar al soplo/de la muerte,/la esperanza.

Valentina Velarde Lizama

Coordinadora de Postgrado y Educación Continua, Escuela de Psicología, Universidad Finis Terrae

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