Mitos, miedos y realidades
Por Juan Carvajal, periodista y ex director de la Secom
Que la “realidad” no siempre es lo que parece, es un principio que le cae muy bien a la política. A diferencia de lo que comúnmente se piensa, la política es una disciplina compleja, que tiene sus códigos y reglas (la mayoría implícitas) y que impera en el reino de lo posible y no de la especulación y los deseos. Eso es lo que explica la imposición de realidades que para entenderlas haya que darles una segunda mirada.
Primero fueron los miedos e inseguridades para realizar el plebiscito, luego fue el rechazo total a una convención constituyente y el eje lo cambió Pablo Longueira con su reingreso con bombos y platillos a la escena, revelando una estrategia, interpelando por un medio de comunicación a toda la derecha y “corrigiendo” a todos los dirigentes de ese sector. Sin eufemismos les dijo: el plebiscito no debería ser tema, hay que estar por el Apruebo para que no haya vencedores ni vencidos y lo que importa es la elección de los constituyentes.
Como era de esperar, recibió una lluvia de críticas. Sin embargo, al paso de los días, las voces del Rechazo se han disminuido notoriamente y el propio Presidente dio a conocer su decálogo con el que, en términos reales, dejó establecido que ganará el Apruebo. Si no, ¿de qué otra forma se puede entender su propuesta para la nueva Carta Magna? Así, por arte de magia, lo que no era y fue rechazado se aceptó y, como si nada, se comenzó a aplicar lo que parecía una locura. Longueira tuvo una especie de debut y despedida, sin reconocimientos públicos, pero con la aceptación de sus virtudes estratégicas en privado.
Y en este contexto, el eje de la conversación cambió y la centroderecha hoy está preocupada de las reglas de funcionamiento de la convención, de la lectura que hay que hacer a los acuerdos del 15 de noviembre, y de los contenidos de la nueva Carta Magna. El temor a una posible modificación del actual esquema parlamentario instalando un Congreso unicameral, el fin del Estado subsidiario o del Tribunal Constitucional son ahora, entre otros, los nuevos miedos que concentran la preocupación del sector. Y, por cierto, los cálculos de cuantos constituyentes se pueden elegir, de qué manera lograr conformar los 2/3 y qué alianzas se pueden hacer para lograrlo.
Sin embargo, lo que nadie debería discutir, es que para la inmensa mayoría de los chilenos, una nueva Constitución permitirá que Chile se desprenda de una pesada carga histórica. De hecho -y más allá del nivel y profundidad de los cambios que se logren-, la sola posibilidad de contar con una nueva Constitución surgida de un proceso participativo nacional, elaborada por una comisión constituyente elegida popularmente, instalará una nueva realidad, despejando los últimos vestigios pinochetistas y permitiendo que la representación de todos los sectores y sensibilidades abra un camino de estabilidad política e institucional para los próximos 50 años.
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