Mujeres invisibles

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Hay mujeres invisibles. Ausentes de la política pública, rechazadas por la conveniencia de las masas, deshumanizadas en la chapa de la delincuencia, a las que escupen en redes sociales, ocultas en una estadística que está ajena a las agendas exitosas de paridad o del espacio público. Son mujeres que caen como el último bastión de un fuerte que se derrumba, las que pararon la olla a punta de errores de los cuales es imposible zafar, errores que escribieron su destino confinado a un patio de un centro penitenciario, que le arrebataron lo único que les daba sentido, a sus hijos, a los que no amamantaron, a los que ya no ven por la vergüenza, o porque se los llevó el Sename.

Esas mujeres, que crecieron sin oportunidades, sin escuela, fuera de la casa. Mujeres que adolescentes fueron madres, que vivieron el abuso, la violación del que debió protegerlas. Que creyeron en un hombre que las maltrató para abandonarlas a merced de los tiburones que las hacen presa antes que el sistema.

Las mujeres invisibles tenían sueños, querían que sus niños y niñas no vivieran lo que ellas, algunas sin embargo terminaron encarcelándolas en el “cuna” entre las mismas barras que los transformaron en pesadillas. Otras hicieron conducta para tener un oficio y mandar unos pesos a la casa, soñando algún día con volver a ocupar el lugar que otro sustituyó. Golpeadas y humilladas nunca estuvieron peor que afuera. Algunas vivieron en la cárcel más seguras que en sus casas.

Amores breves, fugaces como prohibidos, ocultos como rebeldes brotan en los patios, sabiendo que van de la mano de una condena, cuando las manos que abrazan son el único consuelo de una vida de sombras. Invisibles caminan entre el calendario marcado con labial en rojo furioso, meses, semanas, días…Un dolor comienza a apoderarse de sus entrañas como si fueran a parir miedo, el miedo de volver, de cruzar la calle y encontrar al narco que cobra las cuentas, el miedo a no ser reconocidas por el bebé que mordía su pecho, el miedo de caminar desnuda, aunque nadie la vea.

Afuera en libertad, en medio de la noche, sin un peso en sus bolsillos ni su carné de identidad, espera la mano de alguien que la vea. Alguien que la entienda y no la siga condenando. Ella pagó…y seguirá pagando cuando usted o yo no la veamos, cuando la deshumanicemos, cuando sea solo un prontuario y no le demos una oportunidad. Ella pagó, pero cuando quiere borrar su historia peregrina entre instituciones que acomodan un lastre que las acompaña por años, o para siempre, cuando una multa es un muro infranqueable. Y así se rinde a la burocracia que termina de hundir sus esperanzas. Pese a todo están las que siguen luchando, aquéllas cuyo grito de auxilio desgarra y logra iluminar un camino de sombras.

Hay mujeres invisibles, nadie marcha por ellas. No están todas si no están ellas, en ellas habitan todas las mujeres del mundo, presas entre paredes oscuras, pero libres en Dignidad. Libres para seguir soñando que cuando crucen la calle, sea otra sociedad la que las acoja. Una nueva sociedad donde puedan volver a partir, construir su mundo hasta que nadie deje de apreciar su paso firme, hasta que dejen de ser invisibles y sus colores y los nuestros sean parte de la misma bandera.

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