Narcotizados

funeral de riesgo
El incidente ocurrido en sepelio en Conchalí había sido precedido horas antes, en Chillán, por un inusual recorrido mortuorio. Foto: Agenciauno


En un país obsesionado con denunciar abusos y privilegios espurios, esta semana tuvimos ocasión de ser testigos de una realidad extraordinaria, una puesta escena que ni siquiera los hijos de un presidente o de un poderoso empresario podrían realizar y salir impunes: transitar por las calles armados hasta los dientes con metralletas, asistir a un velorio de un joven asesinado y estar durante horas efectuando disparos al aire, conseguir autorización para trasladar el féretro a cientos de kilómetros e ingresarlo a un recinto penitenciario para que sus familiares, encarcelados por narcotráfico, pudieran rendirle el merecido homenaje; y ¡escoltados y protegidos por Carabineros!

No pasó en Cali ni en Ciudad Juárez, y tampoco es el relato de una película de Tarantino. Ocurrió en Santiago de Chile a plena luz del día y muchas de sus imágenes (incluyendo el ruido ensordecedor de las ráfagas) fueron trasmitidas por los noticiarios. En el mismo país donde la policía se muestra implacable para exigir el cumplimiento de la ley a los trabajadores de Uber y a los vendedores ambulantes; donde nadie te salva de una infracción si en la carretera eres sorprendido manejando a más de diez kilómetros por sobre la velocidad permitida, los narcos no solo consiguen metralletas, las portan y las disparan en la vía pública, obtienen autorización de las cortes para realizar sus homenajes en cárceles distantes y se desplazan por el país con escolta policial.

Pero el exuberante "privilegio" no termina ahí, sino que es reforzado por una circunstancia todavía más insólita: el silencio sepulcral del mundo político, autoridades de gobierno y parlamentarios que, en medio de sus complejas y muy relevantes negociaciones, no emitieron palabra alguna para referirse a un hecho que denota algo mucho más profundo y delicado que la crisis institucional observada en el último tiempo. Que las imágenes y el sonido de las balas, que el testimonio de los vecinos que viven en territorios controlados por el narcotráfico, solo provocaran silencio e indiferencia en la derecha y en la izquierda, es algo en verdad muy revelador. Esta vez, nadie pidió explicaciones, ni anunció querellas o comisiones investigadoras.

Seguramente, entre los que miraron todo esto con distancia y de reojo mientras discutían sobre la idea de legislar, hay muchos que se preguntan por qué Brasil o Filipinas han terminado escogiendo presidentes que llaman a la población a comprar armas, e incentivan el supuesto "derecho" a disparar en contra de los delincuentes. Pues bien, parte de la respuesta a esa interrogante la observamos esta semana en televisión y la otra provino de la completa indolencia con que respondieron los poderes del Estado. Imágenes y reacciones en ningún caso excepcionales ya que, según el testimonio de quienes conviven con este drama, situaciones como la observada esta semana son cotidianas en diversas zonas de Santiago y en otras ciudades.

Conclusión: en el Chile actual vamos a tener que redefinir la categoría de "los poderosos de siempre".

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