Columna de Nicolás Eyzaguirre: Neoliberales, extractivistas, estatistas, etc. Cuando los abusos conceptuales nublan

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Codelco y supervisores de la División Chuquicamata logran acuerdo en negociación colectiva anticipada

"Necesitamos discutir en serio, sin reduccionismos ideológicos que escondan sus vacíos recurriendo a descalificaciones (neoliberales, estatistas...). Requerimos mejor mercado, aprovechar nuestros recursos naturales para dar el salto a procesos productivos más complejos y de variada gama y fomentar la cooperación público-privada, sin captura, en la búsqueda de sofisticar nuestra economía con pleno respeto al medio ambiente y la diversidad. En suma, trascender los eslóganes que sólo nos atan al pasado".



Esperanzado en la Convención Constituyente, me sumo a la preocupación reciente por la polarización que se ha observado en ella. Aunque sus causa es variada, pudiera contribuir a evitarla precisar algunos conceptos económicos con frecuencia usados y abusados para encerrarse en las propias posiciones.

Partamos con neoliberalismo, concepto que no requiere presentación y que se presume heredero de los primeros economistas liberales, principalmente de Adam Smith. Habitante del siglo XVIII, Smith defendió la libertad económica como motor de la prosperidad. Su foco era, no obstante, desafiar el poder discrecional de las monarquías absolutas, como venía ocurriendo en Inglaterra desde la revolución gloriosa. La mano invisible era en realidad lo opuesto a la espada del rey. El neoliberalismo, en tanto, es un intento, dos siglos más tarde, de revisitar a los primeros liberales tras la importancia en lo económico que comienzan a tomar los estados como consecuencia de la crisis de 1929, entre otros factores. Encabezado por la escuela austríaca (Misses, Hayek), esta nueva versión se opone a la regulación estatal de los mercados y concibe un estado pequeño básicamente abocado a la defensa de los derechos de propiedad. Pero, mientras la influencia de Smith llega hasta nuestros días, el neoliberalismo es una corriente extrema, que los países desarrollados no siguieron -animados por la influencia de notables como Beveridge y Keynes. Su peso actual es moderado, salvo en Chile, claro, donde tal teoría tuvo su laboratorio preferido.

¿Por qué esta distinción? Porque usar el instrumental denominado neoclásico (herencia de Smith), como la oferta y la demanda, los precios, la competencia, etc., no tiene relación analítica ni histórica alguna con los planteos neoliberales. El contrario al ideal neoliberal es el de un estado social y democrático de derechos, donde se le concibe como el agente clave para garantizar a todos el acceso a derechos básicos tal de poder ejercer una libertad económica efectiva, de emprendimiento del proyecto vital que cada cual elija y de acceder a protección en la vejez. La utilización de los mercados como mecanismos de coordinación económica, y su regulación cuando funcionan defectuosamente, en nada contradice la construcción de un estado social. Creer que las opciones se limitan a un estado neoliberal o a uno omnipresente que inhibe la iniciativa privada es un reduccionismo inaceptable.

El extractivismo es otro comodín de popularidad reciente. Tres cuartos de la exportaciones de Australia, por ejemplo, son materias primas. Y su volumen es tan copioso que triplica el monto por habitante exportado por Chile. ¿Dónde está la diferencia? En que la cadena de valor tras cada envío es profunda y sofisticada. Desde servicios informáticos especializados para la minería hasta capital humano de frontera, pasando por la generación interna de maquinaria e investigación científica de punta. Por eso exhiben la productividad que tienen y alcanzan los montos citados. Y, desde luego, el estado apropia enormes recursos vía royalties cuando hay concesiones mineras a privados y la legislación ambiental destaca en el mundo entero. El problema nuestro se llama rentismo, no extractivismo. Nuestros recursos naturales poseen rentas que derivan de su escasez. Solo extraer y exportar, usando además para ello tecnologías y maquinarias importadas, equivale a vivir de las rentas que nos dio la geografía. Progresar supone usar dichas rentas para fomentar el conocimiento y la innovación –lo que requiere que sean captadas por el Estado y no apropiadas por los concesionarios- e incentivar el surgimiento de cadenas de proveedores que, de paso, desarrollaran habilidades aplicables a otros sectores. Nacionalizar la minería -propuesta reciente- equivoca el foco. El tema es extraer las rentas (por lo que hay que revisitar la ley de concesiones mineras). Entregar la extracción del mineral al Estado, una actividad fabril como tantas otras, no pareciera resolver nada.

Por último, y del lado contrario –sin pretender una lista económica exhaustiva-, los guardianes del neoliberalismo ven estatismo en todas partes. Pero según el índice de libertad económica (realizado por la Heritage Foundation y el WSJ, instituciones de derecha), Chile superaba a toda Latinoamérica, a los Estados Unidos y a gran parte de los países europeos, ubicándose en el puesto 19 entre 178 naciones. Es sabido que la carga fiscal en Chile es baja e inferior a la que tuvieron en su momento los países hoy desarrollados. El valor de mercado de las empresas públicas asciende a un 40% del PIB en Finlandia y alcanza a unos doce puntos en países como Francia e Italia. Salvo Codelco, en Chile casi no hay empresas públicas. En Europa la salud y la educación son predominantemente estatales y las pensiones se financian con la seguridad social. En Chile sabemos cómo es. Alegar por tanto que estamos al borde de un Estado todopoderoso que inhibiría la iniciativa privada es simplemente absurdo. De hecho necesitamos más y mejor Estado, con mayor carga fiscal, provisión de derechos sociales de calidad, regulación de las fallas a la competencia y los abusos y cooperación con el sector privado en las tareas de investigación y desarrollo y prospección de nuevas áreas económicas con potencial futuro.

Necesitamos discutir en serio, sin reduccionismos ideológicos que escondan sus vacíos recurriendo a descalificaciones (neoliberales, estatistas...). Requerimos mejor mercado, aprovechar nuestros recursos naturales para dar el salto a procesos productivos más complejos y de variada gama y fomentar la cooperación público-privada, sin captura, en la búsqueda de sofisticar nuestra economía con pleno respeto al medio ambiente y la diversidad. En suma, trascender los eslóganes que sólo nos atan al pasado.

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