Ni ángeles ni demonios

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SEÑOR DIRECTOR

Más allá de las sutilezas de Pablo Ortúzar, quisiera señalar tres cuestiones. Primero, a la hora de juzgar la posición que Jaime Guzmán tuvo respecto de las violaciones a los Derechos Humanos, prefiero quedarme con consideraciones más rigurosas, como la de Monseñor Valech, presidente de la Comisión Nacional de Prisión Política y Tortura (La Segunda, 3/XII/2004) y la de Belén Moncada, crítica de Guzmán y sobre quien desarrolló su tesis doctoral (Jaime Guzmán, una democracia contrarrevolucionaria. El político de 1964 a 1980, Santiago, RIL, 2006). Ambos reconocen sus esfuerzos en favor de personas detenidas y de poner fin a los abusos cometidos por los agentes del régimen. Mal podría entonces haber considerado Jaime legítima la eliminación de otro por su forma de pensar.

Segundo, su conocimiento teológico era suficientemente amplio para comprender con claridad la diferencia entre ángeles y humanos. Guzmán no sostiene que el conocimiento de los comunistas sobre el mal que causan esté a nivel angelical, es decir, capaz de captar toda la realidad de la existencia o que trascienda el limitado tiempo humano (eso sería un poco ridículo). Así también, hablar de descendencia no equivale a decir que sean, en sustancia, demonios y, por tanto, ángeles. En el Magisterio las expresiones “hijos del demonio” o “descendientes del demonio” se usan para mostrar que el demonio es el padre espiritual del pecado.

Tercero, si bien una figura de la estatura histórica de Jaime Guzmán siempre estará sometida a escrutinio, resulta complejo, por decir lo menos, discutir sobre una hipótesis que se sustenta en una cita (esgrimida por Ortúzar en su carta de ayer) que ha sido manipulada y, por ende, no guarda un mínimo rigor ético ni intelectual. Al efecto, puede revisarse la recopilación “Jaime Guzmán, su legado humano y político”, publicada por revista Ercilla, 1991, pág. 89 y la columna original en Ercilla de 20 de mayo de 1981.

Jorge Jaraquemada

Director ejecutivo Fundación Jaime Guzmán E.

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