Opinión

¿No estamos “ni ahí” con la democracia?

Foto: Andrés Pérez Andres Perez

Hace dos años, el 84% de la población encuestada por Criteria valoraba como importante vivir en una sociedad democrática. En abril de este año, ese porcentaje bajó a 72% y, entre los jóvenes de 18 a 24 años, apenas alcanzó el 57%. En dos años, la adhesión juvenil cayó 22 puntos.

Este desencanto no es exclusivo de Chile, ni únicamente de los jóvenes. Pero es entre ellos donde el alejamiento de la democracia liberal y los partidos tradicionales más se ha agudizado. En Francia, buena parte del voto joven ha migrado hacia la Agrupación Nacional de Marine Le Pen. En Estados Unidos, el apoyo a Trump entre votantes de 18 a 24 años creció un 29% respecto a 2020. En Argentina, Javier Milei capturó la frustración de una generación que no se sentía representada por ninguno de los partidos tradicionales. En España, el avance de Vox también se alimenta de ese desencanto y, en Chile, cuando el voto era voluntario, los jóvenes votaban poco y nada.

Más que una cuestión de izquierdas o derechas, lo que une a todos estos casos es un hilo común: las nuevas generaciones no están especialmente enamoradas de la democracia. Es más, muchos creen que un sistema político con un líder fuerte -que no tenga que preocuparse por el Congreso o las instituciones- podría funcionar mejor. Según Criteria, la valoración positiva hacia ese tipo de liderazgo está creciendo. No se trata de añorar dictaduras clásicas, sino de respaldar formas de autoritarismo “eficiente”, que prometen resolver lo que la democracia ha dejado pendiente.

Y es que, en demasiados casos, el sistema político actual ha dejado de ofrecer respuestas. Pero lo más grave es que ya no emociona ni convoca. No logra movilizar a las personas a imaginar un futuro posible, y menos aún, uno en común. La política está atrapada en sus propias batallas simbólicas, mientras la ciudadanía reclama certezas, seguridad, oportunidades. Si la democracia no entrega eso, los discursos autoritarios ya no parecen tan peligrosos y más bien suenan eficaces. Y no, eso no es culpa de los jóvenes.

Fácil sería culparlos. No hace mucho se los criticaba por “no estar ni ahí”. Pero esa es una caricatura tan cómoda como inútil cuando lo que está en juego no es solo la adhesión a un sistema político sino la posibilidad de que este siga siendo una opción legítima para las nuevas generaciones.

La adhesión no se impone ni se predica, se construye a través de una pedagogía política que la vuelva comprensible, cercana y útil. Una que demuestre que la democracia puede ordenar el caos, ofrecer horizontes, garantizar derechos y también deberes. Que no es solo un ritual electoral, sino la mejor herramienta para vivir en comunidad.

La democracia no prevalecerá por el recuerdo de lo que fue, ni por el temor a lo que podría venir. Lo hará si protege, convoca y se actualiza. Y si no lo hace, otros discursos lo harán por ella. Y entonces, no faltará quien expíe sus culpas apuntando a los jóvenes por sus derivas autoritarias, o simplemente por “no estar ni ahí”.

Por Cristián Valdivieso, director de Criteria

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