No solo hay individuos, hay sociedad
Hay momentos en que la idea de que "no hay sociedad, solo hay individuos" parece corresponder a la experiencia de las personas. Son momentos en que ellas, especialmente las exitosas, pueden entender que su éxito se debe únicamente a su esfuerzo individual, y que por consiguiente las instituciones deben dejar el máximo espacio posible para que cada uno se bata como pueda. Entonces empiezan a popularizar la idea de que la solidaridad es caridad (y por consiguiente no tiene sentido pensar o diseñar instituciones fundadas en un principio de solidaridad, porque sería un intento de imponer la virtud mediante la coacción estatal), que los impuestos son un robo, etc.
Hay momentos, sin embargo, en que esta idea se devela como la falsedad que es. Es un lugar común entre quienes han investigado el origen del Estado de bienestar británico en la posguerra que una de las condiciones que lo hizo posible fue el sentimiento de solidaridad causado por la guerra: como ella había sido ganada con la sangre, sudor y lágrimas de todo un pueblo, la victoria debía ser igualmente para todos.
Guardando las proporciones, algo de esto ha ocurrido desde el 18 de octubre. Si Chile cambió, lo hizo por la movilización de un pueblo, no por acciones individuales. Y el “estallido” hizo que la gente saliera de sus casas a la calle, donde se encontraron vecinos que viviendo a metros de distancia por años no se conocían, y de ese encuentro surgieron cabildos y asambleas locales. Y Chile empezó, efectivamente, a cambiar (aunque la política, por cierto, no parece haberlo notado).
Entonces irrumpió la pandemia. Enfrentar una pandemia es un esfuerzo colectivo al igual que defender el país en la guerra. Es una situación en que se hace innegable que nuestros destinos están, querámoslo o no, vinculados; que no tiene sentido apostar a la suerte o la capacidad individual, que todos dependemos de todos. Y entonces empieza a hacerse manifiesta la insostenibilidad e irracionalidad de un modelo construido sobre una versión particularmente extrema de individualismo. Se hace manifiesta no en teorías, sino en el absurdo de oír al ministro de Salud que está negociando con hoteles para enfrentar la pandemia, pero que lo hace en secreto para que no le suban los precios. O en la discusión sobre si para enfrentar la especulación con artículos de primera necesidad es posible fijar los precios, u ordenar el cierre de los centros comerciales. O en un sistema de salud privado orientado a generar utilidades para empresas antes que velar por la salud de la población.
La pandemia mostrará lo que significa tener un Estado neoliberal, que no tiene cómo proteger los intereses comunes cuando esos intereses están en riesgo. Lo que mostrará no es algo nuevo; lo hemos visto ocurrir en pensiones, en medio ambiente y en tantas otras áreas. Pero lo hará innegable, y ya veremos las consecuencias para el debate constituyente.
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