Nueva amenaza a la estabilidad de Siria

Los enfrentamientos en el noroeste del país, entre grupos afines al antiguo régimen y fuerzas del gobierno, han encendido las alertas sobre el riesgo de que el país vuelva a caer en un espiral de violencia.
A poco más de tres meses de la caída de Bashar al Assad, Siria está lejos de recuperar la estabilidad, tras más de una década de guerra civil. La violencia sectaria que estalló a comienzos de mes en el noroeste del país, la región de mayoría alauita a la que pertenecían las principales autoridades del antiguo régimen, da cuenta de que los riesgos de que los enfrentamientos en el país persistan siguen presentes. El actual líder sirio, Ahmed al Sharaa llegó con la promesa de dar cabida a la diversidad del país y crear un sistema donde todas las minorías ya sean étnicas o religiosas estén representadas. En Siria conviven no solo cristianos junto a musulmanes chiitas y sunitas, sino también drusos, kurdos, armenios y los alauitas de las regiones de Tartus y Latakia, entre otros. La promesa de las nuevas autoridades era integrarlas en el futuro gobierno, cosa que aún sigue pendiente.
Tras la llegada al poder de Al Sharaa, un exintegrista islámico y líder de la filial siria de Al Qaeda, que asegura haber dejado atrás su pasado fundamentalista, las nuevas autoridades aseguraron haber aprendido la lección de lo sucedido en Irak tras la caída de Saddam Hussein, cuando Estados Unidos prohibió al partido oficial, el Baaz, desmanteló el ejército y purgó el aparato de gobierno y la administración pública. Sin embargo, en los hechos el nuevo gobierno sirio ha hecho lo mismo. No sólo el ejército se desbandó, sino que fueron abolidos los partidos políticos y cerca de la mitad de los 1,3 millones de funcionarios públicos fueron removidos. Además, distintos grupos -como los drusos- han reclamado por haber quedado al margen del nuevo gobierno, el que es controlado por las mismas figuras que controlaban el poder en Idlib, de donde viene el grupo del nuevo líder sirio.
Lo anterior ha despertado dudas de si el nuevo gobierno realmente busca concretar su promesa de dar cabida a la diversidad del país y dejar atrás los tiempos de la persecución política que primó en los años del régimen de Bashar al Assad y de su padre Hafez. El acuerdo alcanzado entre el gobierno de Al Sharaa y las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) lideradas por los kurdos, que controlan el noroeste del país es un paso positivo, sin embargo, aún deja muchas interrogantes sobre la forma en que se llevará a cabo el proceso de integración del territorio administrado por las FDS al poder central. También despierta dudas la reciente firma de la Declaración Constitucional que apunta a diseñar una hoja de ruta para la transición hacia una nueva Siria. Si bien el objetivo es valioso, el documento no pasa de ser una declaración de intenciones.
Como dijo el alto comisionada para los refugiados de Naciones Unidas, “la escala de la destrucción en Siria es inimaginable”. Por ello, es urgente reencauzar el país por la senda de la estabilidad y contener la violencia. Sin embargo, los enfrentamientos sectarios en las regiones alauitas del país encienden las alertas. Hasta ahora el Observatorio Sirio sobre Derechos Humanos, que ha sido una de las principales fuentes independientes de información durante la guerra, asegura que de los poco más de 800 muertos registrados en estos días, 383 fueron víctimas de milicias leales al antiguo régimen y 420, de las fuerzas del gobierno, incluyendo en total más de 300 civiles. Un panorama que de seguir escalando alejará cada vez más la posibilidad de concretar la promesa de una Siria donde todos estén representados y aumentará la inestabilidad regional.
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