Nueva Constitución y personas mayores: Una oportunidad para derribar el viejismo estructural

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La pandemia puso el foco, como pocas veces, sobre las personas mayores. Protagonistas involuntarias de esta crisis sanitaria, han debido sortear varios otros escollos además de la ineficiencia en el control de la pandemia y el temor a contagiarse. Medidas restrictivas han trastocado sus derechos fundamentales, estrategias poco inclusivas cómo el salvoconducto virtual nos ha recordado la gran brecha tecnológica existente en nuestro país, y la presencia del lenguaje paternalista y condescendiente al ser señalados como el “grupo etario más afectado en lo psicológico”–aunque varios estudios nacionales señalan lo contrario–nos hacen reflexionar acerca de un fenómeno pocas veces abordado.

El viejismo–discriminación por motivo de edad que afecta directamente a las personas mayores– tiene profundas raíces en el Estado chileno que, consciente o inconscientemente, devalúa a las personas mayores. Hablamos de un tipo de discriminación sistemática y estructural que tiene serias consecuencias en la salud física y mental en estas personas, así como efectos sociales y económicos.

El viejismo estructural del cual Chile adolece pone en valor ciertas vidas: “hombre joven y adulto, blanco, de la ciudad, heterosexual, y vigoroso” como diría Rita Segato. Los “otros” (que además de personas mayores encontramos a las mujeres, disidencias sexuales, grupos indígenas, personas con discapacidad y migrantes) pasan a ser otra clase de ciudadanos y ciudadanas las cuales ven relegadas sus necesidades y demandas al último escalafón de importancia. Este adultocentrismo subordina y oprime a las personas mayores y las representa como objetos de caridad y sobreprotección toda vez que se les señala como “pasivos” sin autonomía para decidir, en vez de titulares de derechos.

Nuestra Constitución actual tiene una deuda innegable en materia de Derechos Fundamentales de las personas mayores, tanto en lo relativo al imaginario y construcción de las subjetividades destinatarias y titulares de sus preceptos, así como en el diseño de los derechos en ella consagrados. Así, por ejemplo, la deficiente regulación en los derechos económicos, sociales y culturales afecta con particular crudeza a este grupo etario.

Es por ello por lo que, la redacción de una nueva Constitución paritaria y realmente inclusiva se posiciona como una oportunidad para lograr una transformación social transgeneracional, que se materialice en el reconocimiento de los derechos fundamentales de personas mayores, no solo en lo normativo sino también en lo práctico. Tenemos el desafío de repensar la construcción de una nueva sociedad, esta vez inclusiva con todas las edades.

El llamado es para todas y todos. Ya lo decía Simone de Beauvoir “vivir es igual a envejecer”. Y es que, si tenemos una certeza, es que vamos envejeciendo desde el mismo día que nacemos.

Este proceso heterogéneo —en tanto condición humana y fenómeno demográfico— es además intrínseco, progresivo, irreversible y universal. Es decir, es variable, característico de las especies, gradual, y todas y todos llegaremos allí, aunque no en las mismas condiciones. Es que la vejez no es igual para todas y todos, aunque todas y todos seamos envejecientes. Sabemos que envejecemos cómo vivimos. Ser hombre o mujer, vivir en la pobreza, no tener oportunidades de acceso a una educación de calidad son algunos determinantes sociales fundamentales y decisivos a la hora de hablar de vejeces.

Por lo tanto, ¿una sociedad que se dice democrática puede seguir negando una participación real de las personas mayores? Necesitamos reconocimiento, garantía y protección de los derechos humanos de las personas mayores y vemos la convención constitucional como una instancia ideal para incorporar no sólo sus necesidades sino también sus saberes y experiencias, aquel “conocimiento no académico” muchas veces menospreciado frente al científico.

Es por ello por lo que lamentamos la baja participación de personas mayores en las candidaturas para convencionales constituyentes y hacemos el llamado a las candidatas y candidatos convencionales a incorporar contenidos en sus programas que deben ir más allá del clásico “mejores pensiones y mejor salud”. Es menester dejar la lectura reduccionista y simplista acerca de las necesidades de este grupo etario. Es urgente debatir sobre educación, vivienda, cuidados de largo plazo, urbanismo, entre otros tópicos fundamentales. El abordaje de la temática del envejecimiento y vejeces debe ser intersectorial.

Por otro lado, invitamos a mantener abierto un canal para el diálogo y participación de la ciudadanía a fin de que las personas mayores tengan una vía directa de opinión e incidencia para ser escuchadas. Nunca fue tan cierta la frase “nada de nosotras, sin nosotras”. Las personas mayores son fuente de información. Hacerlas parte del proceso es darles visibilidad y, con esto, derribar estereotipos negativos.

Esta sociedad viejista tiene una gran deuda con los “nadies”, como diría Galeano. Es hora de saldarla. Esperamos que esta Nueva Constitución sea un vehículo de inclusión real. Por ti, por mi, por todas y todos, por el presente y por sobre todo un mejor futuro.

*Psicogerontóloga. Presidenta Fundación GeroActivismo

*Abogada constitucionalista. Subdirectora Dirección de Derecho Público ABOFEM

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