Nuevo ciclo progresista de la política exterior

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Por Cristóbal Bywaters, PhD (c) en RR.II. U. de Warwick; Daniela Sepúlveda, estudiante de doctorado en Ciencia Política U. de Minnesota; y Andrés Villar, PhD en RR.II. U. de Cambridge

Hoy, Chile transita hacia una nueva etapa en su historia. En paralelo, un nuevo ciclo de su política exterior comienza a instalarse.

Este nuevo ciclo ofrece la oportunidad de reimpulsar nuestra presencia internacional, a la vez que nos posiciona frente a, al menos, cuatro retos políticos cruciales.

El primer desafío será doble. Por una parte, la Convención Constitucional sentará las bases institucionales de un sistema de gobernanza que robustecerá el control democrático de la política exterior. Ello, sin sacrificar su eficiencia, y facilitando la acción unitaria externa en un contexto de creciente pluralidad y diversidad doméstica. Por otro lado, es fundamental avanzar hacia la articulación de un nuevo pacto de política exterior que recomponga las confianzas y facilite nuestro accionar colectivo de largo plazo, procurando un equilibrio entre los cambios que exige el nuevo ciclo político y la necesaria continuidad sobre la cual descansa nuestro accionar y prestigio internacional.

Un segundo desafío político es el diseño de una estrategia internacional que sea funcional al proyecto de desarrollo de las próximas décadas. La política exterior deberá reflejar y operar conforme con el proyecto de país que la comunidad política se dé para sí, una vez finalizado el trabajo de la Convención Constitucional. En consecuencia, esto requerirá que el pacto de política exterior sea coherente con los nuevos valores constitucionales, los cuales probablemente estarán orientados hacia un reconocimiento de la diversidad de culturas y naciones del país, la igualdad e inclusión, la protección del medio ambiente, el fortalecimiento de las redes subnacionales, una mayor participación y transparencia, y la protección irrestricta de los derechos humanos.

El tercer desafío político será encontrar un balance entre el imperativo de la autonomía estratégica, derivada de un mundo con crecientes restricciones e incertidumbres, y el necesario reforzamiento de nuestro compromiso latinoamericano y multilateral. En lugar de una visión “bipolar” y aislacionista, este desafío implicará una profundización de nuestros vínculos con la región y el mundo, y el desarrollo de la vocación emprendedora del Estado en materia de política exterior.

Finalmente, será prioritario enmendar el daño reputacional que ha experimentado el país en años recientes, como resultado de una conducción política inconsistente y carente de visión país.

Un nuevo pacto de política exterior ofrece la posibilidad de dotar a nuestra diplomacia de los elementos necesarios para afrontar adecuadamente estos y otros retos, redefiniendo creativamente nuestras prioridades, estrategias e instrumentos para navegar e incidir en un sistema multipolar más complejo y fragmentado.

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