Nuevo gobierno y crisis latinoamericana



Por Jorge Heine, profesor de Relaciones Internacionales, Universidad de Boston

En una cena reciente, me enteré que no hace mucho el director para América Latina de un pais nórdico había dejado plantados, a última hora, a un grupo de ocho embajadores latinoamericanos en un almuerzo que éstos le ofrecían. Que un funcionario de tercer nivel, de un país diminuto, se permita estos lujos con el Grulac, refleja el eclipse diplomático de una región que pesa cada vez menos.

Menciono esto a colación de la ofensiva mediática desatada para insistir que el gobierno del presidente electo Gabriel Boric continúe con las mismas políticas de divide et impera que han llevado a la crisis actual. En este razonamiento, la “prueba de la blancura” del nuevo gobierno sería que continúe por el camino de la debacle que fue Cúcuta, el fracaso que fue el Grupo de Lima, y el seguir denostando a otros países de la región como principio rector de su política exterior. Así, el presidente Boric demostraría sus verdaderas credenciales democráticas, sería universalmente alabado, y el resto sería coser y cantar.

Esto, naturalmente, no tiene ni pies ni cabeza. La crisis por la que atraviesa la región, la más grave en 120 años según la Cepal, requiere perspectivas de más altura que las que han inspirado la política exterior de Chile en estos últimos años. El desafío no radica en seguir acentuando las contradicciones y las divisiones entre nuestros países para beneficio de otros (que ha sido la estrategia bolsonarista, con consecuencias que están a la vista), sino que en reconstruir el regionalismo latinoamericano, ya en su versión post-hegemónica, en la expresión de Diana Tussie. Solo una América Latina capaz de actuar con algún grado de unidad puede revertir este declinar regional.

La defensa de la democracia y los derechos humanos es un principio importante de la política exterior de Chile, pero no es el único, ni puede llevar a servir de pretexto para sepultar cualquier intento de coordinación regional. Los presidentes de Estados Unidos asisten regularmente a las cumbres de Asean, y no exigen que éste expulse a Vietnam o a Laos. En América Latina, sin embargo, Washington se da el lujo de vetar y excluir a países de todo tipo de foros y entidades, según los caprichos del gobierno de turno, como ocurrió con la exclusión de Bolivia de la Cumbre de las Democracias realizada en la capital estadounidense, por razones que nadie supo explicar.

Una vez más, los ojos del mundo están puestos en Chile. Se habla del retorno de la izquierda en la región, y de una rearticulación del progresismo a nivel mundial. Pero ese retorno y esa rearticulación no pasan por escuchar los cantos de sirena de los artífices de Cúcuta y su anticomunismo trasnochado, sino por propuestas de futuro de un verdadero estado de bienestar en Chile, y de un regionalismo inclusivo y no excluyente en América Latina.

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