Opinión

Ofrecen orden, brindan confusión

Las derechas locales, en todas sus variantes, han hecho campaña durante estos casi cuatro años apuntando a un gobierno torpe y contradictorio, que les ha ofrendado toneladas de material para atacarlo. Errores del oficialismo que a las derechas les han permitido erguirse como una especie de buque insignia del rigor y la disciplina, jactándose de conocer la fórmula exacta para controlar la criminalidad, reducir la delincuencia, la corrupción y hacer despegar la economía. Es lo que repiten, cada uno en su versión, los precandidatos de los sectores más conservadores, con el aplomo de los convencidos de sus propias destrezas y enterrando sin disimulo los recuerdos de lo que ocurrió la última vez que, como gobierno, intentaron controlar una alerta de caos callejero en 2019.

Ni siquiera es necesario recurrir a las memorias de ese pasado reciente ni buscar en las hemerotecas qué fue lo prometido en campaña durante la última elección ganada por el sector en 2017, y qué fue lo que realmente logró sacar en limpio aquel gobierno para entender a cabalidad que no ha existido en la alfabetización de las derechas posestallido ninguna jornada introspectiva sobre los errores propios. El recurso del empate ya no sirve, porque no es una viga la que tienen en el ojo, son varias, y aparecen al menor pestañeo.

Prometen orden cuando lo que están mostrando a través del despliegue público es un culto interno a la confusión y las zancadillas. Las contradicciones van desde lo más abstracto a lo más concreto.

Vemos a liberales y libertarios aplaudiendo a un líder mundial que valoran como a un referente, patriotas de los que se dicen intensos, usando la gorrita colorada de Trump como si fueran las orejas del ratón Mickey, para indicarle a su electorado cuáles son las ideas que abrazan: las de una Disneylandia proteccionista que puede terminar arrastrando al mundo a una crisis, hundiendo a economías como la chilena. Admiran a un gobierno que amenaza la autonomía de universidades y les recorta fondos si no adhieren a su política de restricción de la libertad de expresión de sus académicos y alumnos. Los liberales locales que hasta hace dos días hacían gárgaras con la “cultura woke” ahora guardan silencio cuando la administración de Trump pervierte el concepto de libertad de expresión tumbando programas de constatación de datos y prohibiendo o limitando el uso de palabras como “marginalidad”, “exclusión” y “antirracismo” en sus documentos oficiales. A los liberales de derecha locales parece no molestarles tanto el antiintelectualismo de la nueva ola reaccionaria, tampoco les inquieta que el gobierno más poderoso del mundo recorte fondos para la ciencia, ni menos tener un aliado interno que esparce falsedades contra las vacunas, poniendo en riesgo la salud pública; lo que sí los indigna es el uso del lenguaje inclusivo. En eso sí había peligro para la convivencia y la democracia.

Las derechas chilenas han tenido la habilidad de exprimir al máximo el caso de la Fundación Democracia Viva como símbolo de una corrupción que son incapaces de enfrentar en sus propias filas, tanto en gobiernos municipales como en gobiernos regionales. Los miles de millones que se han licuado a través de corporaciones municipales y gestiones opacas de autoridades de su sector son enormes, no son interpretaciones, son hechos y no resisten el argumento del empate frente a una ciudadanía que tiene la peor opinión de todos los partidos políticos en general. El matiz entre malo y pésimo en la percepción de los partidos de derecha tampoco les es favorable, sin embargo, los discursos de sus dirigentes, lejos de proponer políticas transversales para disminuir los robos y negligencias que involucran fondos públicos, se concentran en escandalizarse públicamente por los enjuagues de los adversarios y disimular los propios de gestiones recientes, como si el tejado de vidrio no estuviera ya trizado y roto desde Maipú hasta Vitacura, con escala en Las Condes, pasando por el gobierno regional de Biobío.

Asimismo, ha quedado claro con la gestión en Santiago Centro que reestablecer el orden y enfrentar la delincuencia y el crimen organizado no era todo lo fácil que hacía parecer el actual alcalde cuando era candidato. La propia autoridad tuvo que reconocerlo al poco tiempo de asumir. El mismo búmeran podría repetirse a nivel nacional si la derecha vuelve al gobierno central y, una vez allí, decepciona como ya lo ha hecho frente a una ciudadanía cada vez más impaciente. No hay ideas nuevas en sus discursos, solo frases recalentadas sobre el avance de la delincuencia, el uso repetitivo del neologismo “permisología” como talismán para hablar de economía y alusiones al Presidente Bukele para referirse a la crisis de seguridad. No hay proyectos, no hay una nueva idea de desarrollo, solo un patchwork al que esta semana la candidata Evelyn Matthei contribuyó con un desafortunado comentario sobre los crímenes cometidos por el Estado tras el Golpe de 1973. Con una frase -”muertos inevitables”- retrocedió una conversación que debía estar zanjada sobre lo ocurrido desde el primer día de la dictadura: la persecución, tortura, asesinato y desaparición de personas inermes por razones políticas fue sistemática desde el mismo 11 de septiembre.

Un conjunto de discursos sobre los errores del actual gobierno, sumado a una colección de propuestas de vocación autoritaria, todo bajo la sombra extendida de una dictadura a la que cada tanto rescatan con nostalgia, no aseguran nada bueno para el futuro. Quizás un triunfo en una elección y un breve lapso de entusiasmo antes de que el búmeran vuelva con fuerza en contra. En estas condiciones la derecha no está ofreciendo la gobernabilidad necesaria en tiempos de tanta incertidumbre.

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