Ola de protestas en Estados Unidos
Los disturbios raciales sumados a la pandemia y a la severa recesión han sumido al país en una crisis con el potencial de constituir un punto de inflexión.
Los disturbios raciales sumados a la pandemia y a la severa recesión han sumido al país en una crisis con el potencial de constituir un punto de inflexión.
La muerte de George Floyd, un guardia de seguridad afroamericano de 46 años, tras ser detenido y asfixiado por un agente de policía de Minneapolis, quien enfrenta ahora cargos de homicidio en tercer grado, ha desatado las mayores protestas raciales en Estados Unidos de los últimos 52 años. Para varios analistas, lo que está sucediendo hoy en ese país solo es comparable con la situación que se vivió tras el asesinato de Martin Luther King, símbolo de la lucha por los derechos civiles, en 1968, uno de los años más convulsionados de la segunda mitad del siglo pasado en Estados Unidos.
Las manifestaciones se han extendido por más de 140 ciudades y en 23 estados se ha movilizado a la Guardia Nacional. Incluso el domingo pasado las protestas llegaron a los límites de la Casa Blanca, obligando al Servicio Secreto a llevar al Presidente Donald Trump al búnker de la residencia. Las manifestaciones fueron motivadas por el racismo y la violencia policial y han dado pie a violentos disturbios y saqueos, que ni siquiera el toque de queda decretado en 40 ciudades ha permitido contener.
Pero la situación resulta aún más grave porque se suma a un momento especialmente crítico en Estados Unidos. En un solo año, el país está enfrentando la mayor crisis sanitaria de los últimos 100 años, la crisis económica más severa desde la Gran Depresión de 1933 y ahora los mayores disturbios raciales en más de cinco décadas. Todo ello genera una combinación preocupante que, de no ser bien resuelta, podría marcar un punto de inflexión. Además, los hechos se producen en un año electoral, en un país profundamente polarizado y con un Presidente cuya estrategia no ha sido apostar por los consensos, sino potenciar las divisiones.
El lunes, por ejemplo, el Mandatario advirtió que podía recurrir a los militares -una medida que ha sido fuertemente cuestionada, incluso por sectores conservadores- para contener los disturbios si los gobernadores no lo hacían. Incluso se filtró un diálogo donde acusó que éstos serían vistos como “una banda de imbéciles” si no controlaban la violencia. Acciones que en nada contribuyeron a calmar los ánimos. Si bien el Presidente tiene la facultad de tomar esa medida, según una ley de 1807, el anuncio podría ahondar ahondar aún más las tensiones.
Las manifestaciones de los últimos días dan cuenta de una larga historia de conflictos y desigualdades raciales que ni siquiera la elección en 2008 del primer Presidente afroamericano de su historia permitió superar -incluso un tercio de los estadounidenses piensa que tras ese periodo la situación empeoró. Pero pese a ello, el establishment político y los propios representantes de movimientos por los derechos civiles no han dudado en condenar sin ambigüedades la violencia desatada en los últimos días. Tampoco han vacilado en insistir que el único camino válido para buscar cambios en una sociedad democrática es a través de las elecciones. Hechos que, al margen de las tensiones políticas, dan cuenta de un valioso y positivo consenso sobre el valor del sistema y las instituciones democráticas, que es clave para superar con éxito un momento complejo como el que está atravesando el país.
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