Optimismo moderado
Por Pablo Valderrama, director ejecutivo de IdeaPaís
Sobran razones para pensar que la Convención Constitucional (CC) no va a funcionar. Tanto desde el primer día, en donde la desorganización y el olor a boicot desde la izquierda rondaba, así como en los días siguientes, cuando el circo y su elenco de artistas comenzó su show.
Sin embargo, con las inmensas dificultades, de a poco, muy de a poco, parece que la CC intenta dejar el espectáculo y empieza a funcionar. Ya están trabajando las comisiones -aunque cada una con sus propias salidas de libreto-; se crearon vicepresidencias, en donde todas las tendencias quedaron representadas -a pesar de la izquierda más furibunda-; y así otros ejemplos más.
¿Hay razones, entonces, para ser algo más optimistas con el proceso? Sí. En parte por realidad -los antecedentes del párrafo anterior apuntan hacia allá-, pero en parte también por necesidad: nunca debemos olvidar que esta fue la única salida institucional que los dirigentes políticos y la ciudadanía acordaron frente a la crisis de octubre. Por lo mismo, incluso quienes fuimos escépticos -aun en la urna- de las características de la salida, debemos ayudar para que toda la estantería institucional no se venga abajo.
¿Qué debe ocurrir, entonces, para que el proceso funcione? Distingamos, primero, los cinco sectores que conviven en la CC. En la izquierda, tres grupos: la centroizquierda, dispuesta a llegar a acuerdos y entenderse con los del otro lado del río; el frenteamplismo y sus añadidos, pocas veces razonables y muchas veces jacobinos; y los “listos del pueblo”, como los llamó Pablo Ortúzar, que a estas alturas ya tienen suficientes enredos internos como para dedicarles algunas líneas. Por la derecha, dos grupos: los que silenciosamente se muestran más abiertos a cruzar el charco para buscar puntos en común; y los que están por aguantar todas las batallas y son amigos del lenguaje combativo.
Con este mapa, es claro que el éxito del proceso se juega en la capacidad de la centroizquierda y de los “abiertos” de derecha de conformar un espacio de diálogo permanente. Ellos pueden no solo contener con un tercio a la horda de retroexcavadoras que vendrán desde la izquierda; pueden también generar puentes de diálogo que tanta falta hacen desde la derecha.
En consecuencia, a estos dos mundos, la opinión pública debe prestarles ropa para que su tarea no sea en vano, sabiendo que siempre habrá voces desde la derecha que dirán, ante cada tropiezo, “te lo dije”; así como desde la izquierda acusarán de “traición” frente a cada intento por caminar hacia la moderación. Ellos siempre hablarán para marcar su punto y confirmar sus ideas preconcebidas. La pregunta es, entonces, cuántos están dispuestos a trabajar para que esto funcione. Con optimismo. Aunque sea moderado.
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