Orden mundial y la rivalidad China - EE.UU
Por Boris Yopo, sociólogo, analista internacional, y exembajador
Crecientemente, la gran preocupación de la élite de política exterior en Estados Unidos es qué orientación estratégica adoptará China en el proceso de expansión de su poderío a nivel mundial. ¿Será una potencia que favorecerá el “statu quo” y equilibrios de poder en los ámbitos global y regional, o se transformará en una potencia hegemónica que entrará en conflicto directo con los intereses de la actual superpotencia establecida? Henry Kissinger señaló que la verdadera prueba de las intenciones chinas será si sus capacidades crecientes las usará para excluir gradualmente a Estados Unidos de los asuntos asiáticos, o si favorecerá una política cooperativa con este país en el manejo de los desafíos que enfrenta el continente.
Sin embargo, la historia de las relaciones internacionales enseña que toda potencia ascendente busca la exclusión de otras potencias en su vecindad cercana, si sus capacidades lo permiten. Estados Unidos lo hizo en América Latina con la Doctrina Monroe y sus posteriores versiones, y diversas acciones de China en el continente asiático apuntan hoy en la misma dirección. La interrogante, entonces, es si China continuará tolerando la extensiva y poderosa presencia militar norteamericana en el este de Asia, o si por el contrario buscará introducir una fisura entre este país y sus aliados, lo que eventualmente forzaría a una disminución en la presencia norteamericana en esa zona.
El académico de Harvard Stephen Walt habla de una estrategia gradual y de “baja intensidad”, tendiente a modificar acuerdos y entendimientos regionales en una nueva dirección favorable a los intereses estratégicos de China. Ahora, la élite de este país busca evitar al mismo tiempo un escalamiento de tensiones que podría afectar las perspectivas de consolidación de su proceso de desarrollo económico. Pero lo cierto es que China está haciendo un uso creciente de sus nuevas capacidades, desconfía de iniciativas norteamericanas (percibidas como un intento de cercar estratégicamente a este país) y expande crecientemente su influencia también en otras regiones del mundo.
Hoy, en realidad, lo que ya vemos es una rivalidad global donde ningún territorio ya es irrelevante para los intereses geopolíticos de ambas superpotencias. Solo esta semana, por ejemplo, vemos cómo en dos países pequeños como Barbados y Honduras, que pueden parecer intrascendentes, esta rivalidad se expresa. Estados Unidos envió a un emisario a Honduras, preocupado por la creciente cercanía a China de la candidata ganadora de la elección presidencial. Barbados, por su parte, se independizó del Reino Unido, y hay importantes inversiones chinas que Estados Unidos monitorea también. Y esto se replica en muchas otras regiones y países. Lo último en Chile, por ejemplo, fue el tema de la adjudicación del contrato para la impresión de pasaportes, donde hubo claras intervenciones de la diplomacia de ambos países.
Este último caso hace visible un problema que viven hoy todos los países expuestos a esta rivalidad global. Cómo posicionarse y proteger los intereses nacionales frente a esta disputa. Esto, claro, si no se opta por un abierto alineamiento. La tesis de un “no alineamiento activo”, que ha sido relevada por el Foro Permanente de Política Exterior, aparece como una interesante opción en este sentido, porque además en nuestro caso responde a la mejor tradición diplomática que ha tenido Chile a lo largo de su historia. El no alineamiento activo, cabe agregar, no es una postura rígida de equidistancia entre ambas potencias, sino implementar una estrategia de política exterior orientada a ampliar los márgenes de maniobra para, dependiendo del tema, optar por políticas que sirvan a nuestros intereses, con la mayor autonomía posible frente a poderosos intereses siempre presentes, en cualquier negociación internacional.
Por otra parte, el desafío a nivel global será cómo acomodar lo que aparece como un inexorable destino de auge y expansión de China, de manera que la mayor gravitación que está teniendo esta potencia asiática contribuya a la paz, estabilidad, y cooperación mundial. Y, para ello, la forma como la actual única superpotencia establecida y la nueva potencia emergente resuelvan sus diferencias, será sin duda determinante. Porque el otro escenario, el de un escalamiento permanente de tensiones, sería simplemente desastroso, no solo por los riesgos de una confrontación armada, aunque sea limitada, sino además porque hoy los graves desafíos globales requieren de un accionar concertado entre países, en especial de las grandes potencias, que pueden hacer toda la diferencia para que ellos sean abordarlos más eficazmente, o se prolonguen y agraven en el tiempo. Estamos, entonces, ante una gran encrucijada en los próximos años: construcción de un nuevo orden, o más anarquía global. He ahí el dilema.
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