Otro Chile

reforma constitucional


Estos días tomamos Chile, lo subimos a una montaña rusa, liberamos toda la adrenalina posible y llegamos a un diagnóstico generalizado: "este es otro Chile". También creo que después de la última semana este es otro Chile, pero no se muy bien cuál. En un breve lapso vivimos la anarquía, un verdadero intento de golpe de Estado fallido y ese descontento generalizado, masivo y pacífico que se expresó el viernes.

Somos una sociedad de masas, de ingreso medio, conectada por redes sociales, casi sin liderazgo político, refractaria al cumplimiento de los deberes, con una exacerbada conciencia de los derechos, un debilitado sentido del imperio de la ley y sin utopías que canalicen la frustración de los grupos más postergados. La nuestra es una sociedad -la frase no es mía- integrada por personas que no quieren gobernar ni aceptan ser gobernadas.

La izquierda, en general, pide un nuevo pacto social, que se exprese en una nueva Constitución; en el caleidoscopio de la derecha se escucha de todo: fijar precios, una economía como la alemana, redistribución, impuestos. "Dejar de lado los dogmatismos", es otra frase habitual. En verdad, yo intento no ser dogmático, pero me cuesta dejar de lado las matemáticas.

Me temo que el desafío de la política en este "otro Chile" es que no escuchar al millón y tanto de personas que salieron a la calle en todo el país sería una estupidez y hacerle caso sería una irresponsabilidad. Esto no es una concepción elitista, es simplemente reconocer que el problema de paz social que tenemos es tan real como técnicamente compleja es su solución.

La expresión generalizada demanda mejores condiciones de vida, pero lo sucedido esta semana conduce a empeorarlas casi inevitablemente. ¿Qué compañía de seguros venderá una póliza para asegurar un supermercado en un barrio de los saqueados? Y si no hay seguro no habrá supermercado, qué proyecto inmobiliario es viable, quién invertirá en infraestructura si la autoridad está preocupada de que después no se "llene los bolsillos".

Lo que el sistema político está diciendo casi unánimemente es que queremos inversionistas que tomen el riesgo del tercer mundo con retornos de país desarrollado. Para que no me acusen de dogmático, solo diré que "no me tinca". Otros aseguran que basta terminar el abuso -rentabilidades menores- y se invertirá lo mismo y todos estaremos bien. Tampoco "me tinca".

En definitiva, tenemos una sociedad con las complejidades del siglo XXI y respuestas del siglo XX, como la del PC o la utopía del estado de bienestar en país subdesarrollado. Parece prudente el anunciado cambio de gabinete, ayudaría a volver a la normalidad, pero la contradicción entre empatizar y satisfacer las demandas es mayor aún en este otro Chile.

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