Paga Moya

tomas casanegra

Pero aun asumiendo que lo justo es lo que los políticos nos vienen diciendo hace años (quien gana más debe pagar más), esto no implica lo que queremos: que el que gana más asuma un mayor costo económico que el que gana menos.



Con lápiz y papel, la ministra de Desarrollo Social dijo la semana pasada en Tolerancia Cero que a cierto nivel de inequidad la focalización no cambia “la curva” (no sirve). Se ha hecho habitual ver a la nueva izquierda chilena desdeñar la focalización privilegiando la universalización de las ayudas estatales. Quizás esto se debe simplemente a que focalizar suena a Kast (Miguel me refiero), y por consiguiente a dictadura. Me inclino, sin embargo, por creer que la razón está en ese paradisiaco Estado de Bienestar que el nuevo Chile tanto anhela, donde todos reciben la misma ayuda estatal, desde el indigente hasta el rico futbolista. Más allá de las preferencias normativas de cada uno de nosotros, no entiendo cómo la nueva izquierda desconfía de la capacidad del Estado de focalizar el gasto público (que la ayuda llegue a los pobres), pero al mismo tiempo confía a pie juntillas en la capacidad del mismo Estado de focalizar los ingresos (que los recursos provengan de los más ricos).

Sé poco de impuestos, confieso, pero lo suficiente para notar que tanto los libros de impuestos como los especialistas en la materia conocen las limitaciones de la “progresividad” mucho mejor que comentaristas y funcionarios de gobierno.

Incluso la supuesta justicia “intrínseca” que hay en la progresividad (quien gana más debe pagar más) es debatible. Alguien puede argumentar que no es justo tener que pagar más cuando la contraprestación que recibe del Estado es menor. Y otro puede decir que no ve justicia en que su aporte vaya en beneficio de personas que nacieron cerca de él (mismo país) y no a aquéllas que necesitándolo más se encuentran en otras latitudes. De los 7 billones de personas que habitan el planeta, 6 billones viven en condiciones económicas más precarias que las nuestras.

Pero aun asumiendo que lo justo es lo que los políticos nos vienen diciendo hace años (quien gana más debe pagar más), esto no implica lo que queremos: que el que gana más asuma un mayor costo económico que el que gana menos.

Acompáñeme con un ejemplo para mostrarle lo anterior. Imagine que usted es un gran futbolista (artista, médico, o gerente, también sirve). ¿Qué número está mirando cuando negocia con su empleador la contraprestación de su servicio? Su ingreso líquido, no el bruto. Por lo mismo, si usted es un “grande en lo suyo”, negociará el mejor ingreso líquido posible, dejando que “alguien” pague el impuesto asociado a ello. Usted debe estar pensando: “Ok, no pago la progresividad, pero lo hará mi empleador (la empresa), lo importante es que no lo hagan los pobres”.

Correcto también, pero solo en el sentido literal del asunto. Cuando usted dice “la empresa”, me temo está pensando en los ricos accionistas de la empresa, pero la verdad es que lo que la empresa paga es un costo que asumen accionistas, empleados o clientes, sin ningún criterio de progresividad, simplemente por la interacción de las fuerzas de mercado. El mayor costo de ese impuesto lo asignará el mercado a quien tenga la menor posibilidad de “salirse” de ahí.

Los libros de impuestos hablan de progresividad, pero tanto o más lo hacen de incidencia, que corresponde a la determinación del agente económico que cargará con el costo del mayor impuesto (el ejemplo que le daba anteriormente). El contribuyente progresivo (sea el rico futbolista o la exitosa empresa), no es mucho más que el agente recaudador del SII.

La última mala noticia para los “progresistas” es que, a mayor progresividad, más difusa es la incidencia del impuesto. Quizás el único impuesto que se podría diseñar donde quien paga es también quien asume el costo, sería un impuesto por cabeza igual para todo el mundo. El más “injusto” del mundo.

Indirectamente los impuestos siempre los paga Moya, por lo tanto, es fundamental que los beneficios de ellos se focalicen en Moya.