Pandemia y pánico social
Por Alejandra Luneke, académica del Departamento de Sociología de la Universidad Alberto Hurtado
Durante los últimos días hemos sido testigos de algunas prácticas de discriminación y rechazo a sujetos y familias portadores del Covid-19. Un intento de incendio de la casa de una familia en Vallenar nos mostró la peor cara que adquiere la búsqueda de seguridad. Estos hechos deben levantar las alarmas respecto a los posibles efectos sociales que tiene el llamado al distanciamiento social. Y es que hoy, pese al llamado colectivo que hacen las autoridades para enfrentar la enfermedad, en la práctica, la familia y el hogar se erigen como los principales espacios de cuidado frente a la amenaza cotidiana que implica este virus global. Vecinos, espacios públicos e interacciones sociales que se tejen en barrios y ciudades se convierten en una amenaza real. El otro, conocido o desconocido, emerge como el principal agente del peligro.
Pero el temor a los desconocidos en la ciudad no es algo novedoso. Diversos estudios sobre el temor urbano han relevado que el peligro lo representan los sujetos desconocidos y que, por ejemplo, el etiquetamiento delictual recae siempre sobre determinados estereotipos que son construidos por los discursos colectivos. Si en Chile para la ciudadanía el peligroso se asocia a los jóvenes de los márgenes urbanos, en contextos europeos la amenaza la portan sujetos y familias extranjeras y migrantes. Como destaca Kessler (2012), el “empeligrosamiento social” moviliza prejuicios y valoraciones que están asociados a la diferenciación por clase social, cultural o raza en toda comunidad.
Pero en tiempos de pandemia, el riesgo se acerca y asume otra faceta. La amenaza se instala en la puerta de nuestros hogares y viviendas. Hoy son nuestros vecinos, antiguos aliados frente al delito, quienes se pueden convertir en los agentes del peligro. Quedamos solos, y o con nuestro grupo familiar, en el cuidado y protección que demanda la enfermedad. La distancia social se convierte en desconfianza y se instala en nuestras redes sociales y entre nuestros conocidos. Si bien el llamado es a la protección colectiva, la seguridad sanitaria en la práctica queda relegada a los individuos y al hogar.
Por ello es que debemos levantar las alarmas respecto a las consecuencias sociales que tiene esta pandemia. Debemos atender no solo a sus efectos económicos, sino que también a las implicancias sociales, aún impensadas, que tienen la incertidumbre y la ansiedad cuando se instalan en la vida social y cotidiana. Y es que el sentimiento de peligro que se moviliza en la distancia social constituye una forma de relacionamiento que pone en jaque la cohesión de nuestra sociedad.
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