Pastoral chilena: ¿mediocracia o miedocracia?

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Por Gabriel Zaliasnik, profesor de Derecho Penal Fac. de Derecho U. de Chile

Chile se tambalea. Estamos transitando entre la mediocracia y la miedocracia. Si bien hace ya tiempo que la mediocridad se instaló en todos los planos institucionales, ahora se suma el miedo.

Elfriede Jelinek en “La Pianista” lo describe certeramente: “el instinto de la manada siempre lleva a valorar muy alto lo mediocre. Lo aprecia como valioso. Creen que son fuertes porque representan a la mayoría (…) En la mediocridad nadie puede encontrarse a solas con algo, mucho menos consigo mismo. ¡Y cuán felices parecen! En su existencia nada les parece reprobable y nadie podría reprobar su existencia (…)”.

La mediocridad es el estándar para sobrevivir y sus consecuencias están a la vista en nuestra frívola democracia. Al legislar prima el resquicio por sobre la ley y la Constitución. Nuestros parlamentarios son una mala imitación de un legislador. Muchos fallos judiciales y actuaciones del Ministerio Público se inspiran en mero voluntarismo, cuando no, en activismo. La presunción de inocencia es letra muerta y la objetividad sólo una consigna. Se instaló una lógica de caciquismo individual que no se somete al estado de derecho. “El estado de derecho soy yo”. Solo interesa el sentir popular; aquel que recoge el resentimiento de la calle, las opiniones más vociferantes, el predominante espíritu inquisitorial en que impera la mala fe.

Por ello se cuestiona a un candidato a la Corte Suprema atendiendo sin rigor jurídico a un fallo puntual y no a su destacada trayectoria profesional. El mensaje es claro: solo pueden aspirar a altos cargos los mediocres y sumisos. En una mediocracia, el conocimiento, la independencia e imparcialidad se castigan.

Desafiar la mediocracia requiere valor. El mediocre actúa con disimulo y en grupo. Se escuda en la propia institución a la que pertenece. Usa la prepotencia y amedrentamiento, a la vez que es víctima de ellas. ¿Cuántas autoridades, cuántos políticos, cuántos jueces no han cedido al propósito de mimetizarse? Como camaleones ya nadie sabe qué piensan unos y otros.

El miedo corroe todo. La indolencia ante el odio e incitación a la violencia cobró su precio. Bajo el disfraz de empoderamiento ciudadano se toleraron deleznables agresiones. Ejemplo de ello son las amenazas a parlamentarios antes de una importante votación, y la cómplice pasividad ante el reiterado antisemitismo en pleno siglo XXI del precandidato presidencial Daniel Jadue. Si nadie alza la voz, la miedocracia se legitima.

Evocando a Philip Roth, la pastoral chilena está escrita por quienes colocan bombas, incendian el Metro, denominan estallido social a una ola delictual, o propagan la xenofobia sin que nadie lo reproche. La mediocridad es incapaz de hacer frente al miedo. Nuestra mediocracia dio paso a la miedocracia. Si algo nos enseña la historia, el salto al totalitarismo es simple y rápido.