Plebiscito 25-O: la corresponsabilidad importa
Por Mónica Zalaquett, ministra de la Mujer y la Equidad de Género
El derecho a voto de las mujeres es un punto de inflexión histórico, a partir del cual, como grupo, pasamos de influir solo en el ámbito privado, doméstico y familiar, a incidir decidida y definitivamente en el espacio público. Un derecho que nos costó décadas conseguir debe prevalecer siempre.
Sufragar no es un derecho cualquiera: es una forma de ser en lo público, nos transforma en ciudadanas con poder, con voz. Ya lo sabían los movimientos de sufragistas que lucharon para obtener aquello, consiguiéndolo finalmente en las elecciones municipales de 1935 y lo consolidaron en las presidenciales de 1952. Esta inclusión fue revolucionaria: logró un mayor movimiento y competitividad en la política. Desde ese entonces, las mujeres definimos elecciones y los aspirantes debieron ajustar sus promesas para cautivar al nuevo y activo electorado.
En definitiva, las elecciones son una instancia en la que somos escuchadas, desde esa tribuna podemos propiciar soluciones públicas que favorezcan nuestra posición en la sociedad. A más participación, mayor aliciente para la creación de políticas públicas que disminuyan las brechas sociales, políticas y económicas que aún afectan a las mujeres.
Hoy, esta importante conquista se ve en peligro por los efectos de la pandemia. Según Cadem, entre marzo y agosto ha disminuido un 33% el interés de las mujeres por votar en el plebiscito de constitucional de octubre. Si bien el 58% está disponible, la baja disposición a sufragar es preocupante, más aún cuando históricamente las mujeres hemos llegado más masivamente a las urnas, incluso una vez instaurado le voto voluntario.
El Centro de Encuestas y Estudios Longitudinales de la PUC mostró un aumento en la sobrecarga de trabajos no remunerados en medio de la emergencia sanitaria. Las mujeres dedican en promedio 14 horas semanales más que los hombres a labores de cuidado de niñas y niños. No hay segmento socioeconómico donde esta carga sea equitativa y la brecha aumenta en hogares con mayor pobreza.
Como hemos dicho, la pandemia tiene rostro de mujer, pues se han agudizado las brechas preexistentes. En relación con los hombres, las mujeres han perdido más trabajos, han disminuido más sus ingresos y han tenido que enfrentar mayores obligaciones domésticas. En medio de un mundo restringido por el miedo a la enfermedad, el intento por compatibilizar las actividades laborales y los cuidados se ha vuelto una tarea ardua y obviamente cuidar el trabajo y la salud propia y de la familia es un imperativo.
Ante la falta de oportunidades, recursos y temor, la asistencia al plebiscito de octubre parece un lujo innecesario o, peor aún, un acto reservado sólo para unos pocos. Pero si no participamos, otros decidirán por nosotras. Aquí también hay un rol que los hombres deben jugar, por eso hago un llamado a compartir las labores de cuidado de niñas, niños, enfermos o adultos mayores, especialmente ese día. Sacrificar el derecho que tanto nos costó conseguir no es la solución, la corresponsabilidad sí lo es.