Poema sin héroe I

Baquedano


Por Joaquín Trujillo, Centro de Estudios Públicos

Recuerdo los 21 de mayo y 18 de septiembre en la educación pública rural. Para nosotros no eran feriado: eran días de arduo trabajo, preparados con semanas de antelación. Bailábamos las danzas folclóricas, cantábamos, declamábamos largos poemas de memoria, montábamos breves obras de teatro, no todo alusivo a la efeméride. Salíamos a desfilar por las calles de tierra, acompañados de la banda de guerra y los estandartes elevados. Todos con sus guantes y correas blancas, las trenzas tirantes untadas en linaza, las partiduras delineadas al jugo de limón. Participaban los profesores con sus mejores galas y los clubes de huasos, a caballo. Mientras tanto, nuestros primos de la ciudad nos miraban desde la orilla, en ropa de calle comiéndose una empanada. Alumnos de colegios religiosos o de colonia, para ellos ese día era feriado, fin de semana largo, vacaciones de Fiestas Patrias, no sé... En sus caras podía verse las ganas de participar del show.

La estatua ecuestre del general Baquedano, con su Babieca, no se quemó ayer, se viene quemando hace décadas. Como suele ocurrir en la historia humana, la turba representa la parte grotesca, es muy poco innovadora.

Y es que los países no existen por azar. Revise usted, por favor, los mapas de Europa de los últimos 500 años, entérese de los cómo y los por qué, y caerá en la cuenta que una república de 200 años es casi una recién nacida a la que solo un criminal abandona a su suerte.

Todos los pueblos que poseen o poseyeron una vez algún territorio han sido de alguna manera victimarios. Los pueblos sin territorio, dijo George Steiner, son la aristocracia del mundo, pues de cierta manera han renunciado a las armas.

Como todos los pueblos también han ansiado la paz, es que el recuerdo de sus epopeyas tenía, entre otras, la finalidad de establecer lo siguiente: para cuidar nuestra paz ensalcemos a quienes la lograron incluso mediante la guerra, no vaya a ser que, por descuidarnos, tengamos que hacerla nosotros.

Ese era precisamente el motivo detrás de todas nuestras fiestas de la patria: nos recordaban, a todos, pobres y ricos, que éramos herederos. Por supuesto, como todo relato de este tipo, había mucho de “ficción”, en el sentido de Borges, que no es lo mismo que la mentira a secas. Fábulas de consumo colectivo para soportarnos pese a todo.

El Poema sin héroe, de la poeta rusa Anna Ajmátova, trata sobre algo por el estilo, sobre una fiesta sin un personaje central. Hace siglos, desde que Eurípides fustigó a los míticos victoriosos en Troya, los héroes se vienen cayendo a pedazos. Salir a cazarlos tiene mucho de leña de árbol caído.

Tal vez sea mejor pensar en ellos como en reliquias, piezas de otros tiempos incapaces de ofender, en parte, porque están fosilizadas. La historia sirve para eso, para saber y no saber, para creer y no creer, para lograr una deferente indiferencia.