Política exterior sin fronteras

Fibra óptica


Por Teodoro Ribera, rector Universidad Autónoma de Chile y ex ministro de Relaciones Exteriores

Ciencia y tecnología (C y T) se han vuelto campos emergentes (y estratégicos) para la política exterior chilena, pues obliga a confrontar miradas y proyectos entre las grandes potencias y a comprometer decisiones de alta complejidad para el país. Telón de fondo de esta hipótesis ha sido la disputa comercial entre China y Estados Unidos, que revivió el concepto de la geopolítica como ámbito de trabajo de las relaciones internacionales, pero ahora bajo el impulso de la C y T como herramientas de poder internacional.

La clásica visión de la política exterior, ocupada de disputas limítrofes o tratados comerciales, anota un giro de proporciones bajo la rueda de un nuevo paradigma, una nueva centralidad sin territorialidad, el de la disputa tecnológica 2.0. Proyectar un eje de desarrollo científico-tecnológico nacional es clave, y convertir ese impulso en una expresión de la política exterior resulta estratégico para Chile. En este sentido, los esfuerzos desplegados por el Congreso del Futuro para difundir la ciencia y colocarla como un eje relevante del desarrollo nacional, han sido significativos.

El cable de fibra óptica submarino que unirá a Asia/Oceanía con Sudamérica, es un desafío político de gran envergadura -de convergencia entre la ciencia y la diplomacia-, al demandar un papel articulador a la política exterior. El trazado de este cable, sus insumos, conexiones intermedias e intereses de las grandes potencias en juego, han obligado al país a adoptar definiciones políticas en torno a un proyecto tecnológico. Pero aún más; el cable ha abierto un novum, pues no solo dará más opciones a las comunicaciones, sino que permitirá que las personas en Chile elijan motores de búsqueda bajo parámetros de equidad entre oferentes. Potenciará, además, el desarrollo de tecnologías en Chile, y abrirá las puertas a inversiones de datacenters, comercio digital, hubs digitales, etc.

Del mismo modo, y fruto de la incertidumbre ambiental, el océano austral y la Antártica señalan un eje central de la agenda internacional, para lo cual la ciencia se ha vuelto un brazo político de primera importancia. Siendo Chile la nación antártica por excelencia, sus capacidades actuales en esta zona son limitadas e insuficientes. Aprovechar esta condición, buscar sociedades en C y T en el marco del Tratado Antártico -y con otros países antárticos- y articularlas bajo un diseño político que fortalezca nuestra soberanía en esa zona, es uno de los mayores desafíos que encara la política exterior chilena en la actual década.

Una estrategia similar se requerirá en el desarrollo del litio o incluso del hidrógeno verde, para lo cual será indispensable identificar tendencias que permitan cuantificar económica y políticamente la gravitación estratégica de las industrias extractivas y cómo se acoplan a industrias intermedias que aporten valor agregado a nuestros recursos naturales.

Construir una política exterior que cautele y visualice a Chile como una economía digital, integre a las regiones del país y fortalezca una diplomacia científica que aporte densidad política a las decisiones públicas en C y T, constituyen tareas estratégicas de notoria importancia para el futuro del país.

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