¿Por qué mi hijo no logra terminar una carrera?
La libertad tiene que ver con la posibilidad de tener opciones (Moshe Feldenkrais).
Pese al sostenido calor de estos primeros días de marzo, el calendario nos recuerda que las vacaciones se acabaron y que ya es hora de volver a clases. Sin más, las calles se vuelven a congestionar de autos, el transporte público subterráneo y de superficie se desborda y las veredas empiezan a repoblarse de uniformes escolares, bicicletas y scooters.
Mientras esto pasa puertas fuera, en la interna, muchos futuros universitarios esperan con ansias los resultados de sus postulaciones. Tras meses de incertidumbre, esperan certezas. Al menos, en unos días más, sabrán qué carrera y en qué universidad estudiarán, aunque varios entren con dudas y se abran a la posibilidad de probar, equivocarse y volver a ensayar.
Con este telón de fondo, retomo la historia de Ismael, ese eterno estudiante, expulsado de la universidad a los 25 años, justo cuando su familia estaba a punto de salir de vacaciones. En esa espera, los padres de este fallido proyecto de diseñador, vinieron a mi consulta, angustiados y desesperados no solo por la inminente expulsión de su hijo de la universidad, sino por los años de mentiras y el descaro de Ismael. }
Marcela, su madre, quería saber si era una buena decisión dejarlo solo en Chile, mientras el resto de la familia recorría las distintas capitales de Europa. Manuel, un padre furioso, se negaba a llevarlo, pero finalmente accedió a que yo acompañara a Ismael en un viaje interior, mientras ellos recorrían el mundo exterior.
Finalizadas las dos semanas de vacaciones familiares, los padres de Ismael llegaron a mi consulta con la certeza de que su hijo había sido desvinculado de la carrera y de que ahora pretendía estudiar teatro. Confundidos, sorprendidos e indignados, esperaban saber, de mi boca, a qué reflexiones y conclusiones había llegado su hijo y qué pensaba hacer ahora que había quedado sin universidad, pero nada más empecé a hablar, Manuel me detuvo con un gesto de mano:
“Sebastián, perdona que te interrumpa, pero con Marcela estuvimos conversando varias noches sobre Ismael en Europa. No era precisamente mi plan pasar las noches discutiendo sobre este huevón, pero era inevitable. Fue difícil estar en familia, por primera vez en Europa, sin él, con la sospecha de que nuestros peores temores eran ciertos. Ya sabemos que no solo lo echaron de la universidad por flojo, sino que nos mintió en la cara una y otra vez, copió, pagó por trabajos y quien sabe qué más. Marcela dice que exagero, que soy muy duro, rígido, cuadrado, pero a esta altura estoy convencido que las veces que me mostró sus notas, estas eran falsas, se las inventaba, para así conseguir todos los permisos y las lucas que quería. O sea, es un careraja mayúsculo, de esos que si te lo cuentan no lo crees. De esos capaces de sonreírles a la mamá mientras la engañan y después salirse con la suya. Y ese es nuestro hijo. Y nos vamos dos semanas a Europa y su gran reflexión es que quiere estudiar teatro. ¡Ese huevón tiene que ponerse a trabajar, tener un plan para devolvernos la plata, algo que haga! ¿De verdad ser actor es su nuevo proyecto? ¿Ese es su gran plan a los 25 años? ¿Ser actor de tercera o de cuarta? Sinceramente, ¿crees que alguien con ese currículum va a cambiar en una nueva carrera? Más encima, ¿en teatro? ¿Y crees que lo van a aceptar en alguna universidad seria después de haber sido expulsado?”
La sesión con los padres de Ismael tuvo este tono amargo de principio a fin. Marcela, de tanto en tanto, soltaba abundantes lágrimas y señalaba que en numerosas oportunidades su hijo quiso cambiarse de carrera y dio muchas señales de que estaba mal, pero que ellos no reaccionaron. Y mientras más lágrimas liberaba, más se enojaba Manuel, pues encontraba insólito que ahora la responsabilidad fuera de ellos, por no haberlo dejado abandonar la universidad a la primera dificultad.
Tras 60 minutos de sesión no concluimos gran cosa y les pedí un poco de paciencia, pues, en estricto rigor, solo había visto a Ismael en un par de oportunidades. De mala gana, Manuel accedió a que siguiera trabajando con su hijo y nada más despedirme de esta pareja, agarré De máquinas y seres vivos, un pequeño libro de Humberto Maturana y de Francisco Varela, para distraerme y pensar en cualquier cosa que no fueran adolescentes, familias y sus conflictos asociados.
Maturana y su autopoiesis
Con ese espíritu, leí el subtítulo, Autopoiesis: la organización de lo vivo, subtítulo en el que nunca antes me había detenido y me puse a hojear el primer capítulo, “De máquinas vivientes y de las otras”. En este punto hice una segunda pausa, pues aunque recordaba que estos biólogos afirmaban y argumentaban que los seres vivos éramos máquinas autopoiéticas, recién, gracias a los padres de Ismael, comprendí los alcances de estos postulados.
Escuchemos a estos doctores:
“Comúnmente se señala como el rasgo más notorio de los sistemas vivientes el poseer una organización orientada a un fin o, lo que es equivalente, dotada de un plan interno reflejado y realizado por su estructura. Así, la ontogenia se considera generalmente un proceso integral de desarrollo hacia un estado adulto, mediante el cual se alcanzan ciertas formas estructurales que le permiten al organismo desempeñar ciertas funciones en concordancia con el plan innato que lo delimita con respecto al medio circundante (…) Ese elemento de aparente propósito o posesión de un proyecto o programa, que ha sido llamado teleonomía sin implicar ninguna connotación vitalista, se considera a menudo un rasgo definitorio necesario, si no suficiente, de los seres vivos”.
Cerré el libro y me puse a pensar en Ismael y en todos los escolares que, al finalizar la enseñanza media, tienen que salir con un plan, con un proyecto o carrera. ¿Eso es lo que se espera de ellos verdad? Así, después de 12 o 14 años de estructura escolar, se espera que el alumno se transforme… tras pasar al menos cinco años por una nueva estructura… en un doctor, en un abogado, un arquitecto, un audaz empresario, un artista… o cualquier cosa… que lo haga feliz… el mejor… o que simplemente… le dé estabilidad, seguridad, prestigio o prosperidad. E Ismael a los ojos de sus padres, estaba arruinando el diseño de su vida actual y futura. A sus 25 años era, ante la mirada externa mayoritaria, un desastre.
Dicho lo anterior, retomo mi lectura de máquinas y seres vivos y subrayo lo siguiente:
“Si los sistemas vivientes son máquinas autopoiéticas, la teleonomía pasa a ser solamente un artificio para describirlos que no revela rasgo alguno de su organización, sino lo consistente que es su funcionamiento en el campo donde se los observa. Como máquinas autopoiéticas, los sistemas vivos carecen, pues, de finalidad”.
Aunque no me atrevo a explicar qué es una máquina autopoiética, me intriga la idea de que los seres vivos no tengamos finalidad, sino que ésta nos sea dada por un observador externo, que nos ve a nosotros y a nuestro contexto. Y esta observación, ajena a nuestra organización, paradojalmente determina nuestro plan.
Pese a lo rebuscado que esto pueda sonar, Marcela me lo confirmó en una sesión que tomó sola, pues, según me reconoció, necesitaba hacer un mea culpa.
“Lamento lo que pasó la sesión pasada. Manuel está insoportable y no logra comprender que nosotros también somos responsables. A él le dijeron lo que había que hacer y lo hizo. Así ha sido toda su vida y lo admiro y respeto por ello, pero como mamá de Ismael te puedo decir que él nunca fue así. Sus hermanos eran más dóciles, más parecidos a Manuel, pero Ismael siempre fue creativo, bueno para inventar cosas, para contar historias, para entretener a la familia, de muchos amigos y de mucha calle, pero nunca fue bueno para seguir instrucciones y también tenía esta cosa media artista de irse de para dentro y pegarse unas reflexiones que al principio nos dejaban plop, pero que a la larga empezaron a desesperar a Manuel. Cuestionaba todo, el sistema, el colegio, la familia. Sinceramente creo que gozaba molestando a Manuel, pues este se indignaba con sus tonteras. Y aunque Manuel me mate, me hace todo el sentido del mundo que quiera estudiar teatro, es lo más obvio, y me muero de pena nunca habernos dado cuenta, no haberlo escuchado y haberle impuesto tanto”.
Marcela salió más aliviada de esta sesión y comprendí que inicialmente los padres de Ismael estaban profundamente frustrados porque la finalidad de su hijo había fracasado. ¿Y cómo no alterarse? El menor de tres, comparativamente no se había desarrollado como sus hermanos y sus padres sufrían al ver que su benjamín estaba sin carrera a los 25 años y sin proyecto concreto (rentable), pues encontraban que esta nueva empresa, el teatro, no lo iba a llevar a ningún lado (salida equivocada).
Sin embargo, para Humberto Maturana y para Francisco Varela el dilema de los padres de Ismael es un falso dilema, pues “la finalidad u objetivo no son rasgos de la organización de ninguna máquina”, pues, en general, “el observador le da algún uso a la máquina, mental o concreto, determinando así el conjunto de circunstancias en que ésta opera, así como el dominio de sus estados que él considera sus salidas”.
Si asumimos -aunque al doctor Maturana le molestan las analogías entre sus teorías biológicas y el comportamiento humano- que Ismael es un sistema cerrado y que sus padres, como buenos observadores, le determinaron un objetivo que esperaban saliera bien, podremos entender que el resultado (la expulsión de la universidad) simplemente se aleja del plan original del observador y que esta nueva aventura de estudiar teatro, aunque no los convenza, se ajusta al dominio y a la conservación organísmica de Ismael.
“Es chato darse cuenta que permanecer en diseño todos estos años fue una decisión pseudo-responsable, porque lo verdaderamente responsable habría sido renunciar y buscar mi propio camino. Y ahí está el problema, a los 18, 19, 20, no tenía idea qué hacer con mi vida. Sabía perfectamente lo que no quería estudiar. También estaba claro que me molestaban todas las huevadas que me proponían o que me pontificaban mis viejos, pero más allá de eso, no tenía ni idea qué hacer conmigo mismo. ¿La verdad? Yo no quería hacer nada, quería salir, hablar, juntarme con amigos, viajar y creía que con eso bastaba, sin darme cuenta que no me estaba tomando en serio, pues si lo hubiera hecho, me habría dado cuenta que eso era lo mío. Jugar, actuar, expresar, representar, comunicar. Y nunca se me ocurrió entrar a teatro, pese a todas las horas de cine, Netflix y a los comics y novelas que devoro”.
Si volvemos a los padres de Ismael, lo más probable es que estos privilegiados observadores de su hijo, después de pagar una buena y extensa educación (entrada), esperaban como resultado final (salida), una carrera universitaria completa -idealmente una tradicional-, un diploma prestigioso y un asiento asegurado en el mundo profesional. Lamentablemente, siguiendo los pasos de estos doctores, esta lógica solo ocurre en el cerebro del observador, ya que “el nexo entre estas salidas, las correspondientes entradas y la relación de unas y otras con el contexto en que las incluye el observador, constituye lo que llamamos objetivo o finalidad de la máquina que está situado, necesariamente, en el dominio del observador, quien decide el contexto y establece los nexos”.
En definitiva, aunque Ismael haya sido un desastre a ojos de sus padres, estas observaciones no pertenecen a su dominio, pues lo verdaderamente importante para las máquinas autopoiéticas es que “todo cambio en él se produzca subordinado a su conservación, fijando así los límites que determinan lo que le pertenece y lo que no le pertenece en su materialización concreta”.
Me detengo en los límites y resignifico el fracaso universitario como una estrategia para conservar la integridad de Ismael. Aunque no lo entendamos, hay algo que este organismo no quería cambiar al pasar por la universidad, abriendo así una serie de preguntas. ¿Por qué no habrá querido/podido titularse y transformarse en diseñador? ¿Qué se lo impedía? ¿Cuál habrá sido el peligro? y ¿qué límites habrán violentado Ismael y sus padres al insistir en los estudios y en las relaciones de algo que verdaderamente no quería?
Y es que pese a los resultados y a los malos ratos asociados, Ismael ha triunfado al mantenerse como una unidad. Estudiar una carrera que no quería no lo desintegró y ahora está convencido que quiere estudiar teatro. ¿Habrá nacido para ser actor? ¿Habrá venido diseñado de fábrica? ¿Serán estos los verdaderos límites dentro de los cuáles Ismael puede crecer y desarrollarse?
No lo sé, pero tras la cuarta sesión con Ismael, me acordé del protagonista adolescente de la novela Mr. Vértigo de Paul Auster, pues en uno de sus diálogos señala:
“Solo quería que me dejasen en paz, ir tirando lo mejor que podía y dejar que el mundo me llevara donde quisiera. Ya había soñado mis grandes sueños. No me habían llevado a ninguna parte, y ahora estaba demasiado agotado para concebir unos nuevos”.
Continuará…
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.