Por Ruth Bader Ginsburg
Por Gabriel Zaliasnik, profesor de Derecho Penal, Facultad de Derecho U. de Chile
En vísperas del año nuevo judío -Rosh Hashana- falleció la jueza de la Corte Suprema de los Estados Unidos Ruth Bader Ginsburg. La tradición judía enseña que los justos, aquellos que mejor encarnan la demanda de paz, iluminación y justicia, mueren precisamente al final de un año.
Ruth Bader Ginsburg trascendió por sus sentencias y muy especialmente por sus disensos. Su opinión fue permeando las posiciones mayoritarias con elegancia, al punto de transformar silenciosamente el debate jurídico y constitucional de los EE.UU. En su sencilla oficina colgaba un cuadro con un pasaje del Antiguo Testamento (Deuteronomio 16:20) “la justicia, solo la justicia, buscarás”, en el cual la reiteración de la palabra justicia refuerza su supremo valor.
Destacada liberal y feminista, defendió con firmeza pero sin estridencias, las reivindicaciones de las minorías. Nunca temió expresar sus ideas y por el contrario, vio en el genuino debate, aquel que se basa en la razón y el derecho, la forma de construir una mejor sociedad. Su entrañable amistad con otro fallecido juez, Antonin Scalia, el mayor exponente del ala conservadora de la Corte Suprema, fue una demostración de que es posible disentir sin agravios. El espíritu cívico con el que siempre enfrentaron los más difíciles conflictos judiciales, aquellos que ponen a prueba las posiciones valóricas de los jueces, ha sido un ejemplo para generaciones de juristas norteamericanos.
Quizás esa realidad suene lejana en nuestro país donde el disenso no se respeta. Las visiones valóricas y políticas no se explican sino que se imponen. La amistad cívica es vista con desconfianza. La moderación se tilda de fanatismo de centro y al que disiente se lo intimida. Un moderno puritanismo con olor a fascismo ha permeado en quienes aparentan posiciones progresistas.
En palabras de Milan Kundera (“El arte de la novela”) se imponen los que anhelan un mundo en el que se pueda distinguir con claridad el bien del mal pues existe el deseo, innato e indomable, de juzgar, antes que de comprender. Hay un proceso de simplificación del debate de la mano de medios de comunicación y redes sociales. Son lo que Kundera denomina “termitas de la reducción”, y que en base a “clichés” aceptables para la mayoría permiten que órganos persecutores y fiscalizadores exorbiten impunemente sus competencias.
Es el “barullo de las respuestas simples”. Cualquiera se transforma en experto de un día para otro. Quien es hábil en la ironía y la alquimia de argumentos tendenciosos, astuto en redes sociales o dispone de vitrina televisiva, se erige en autoridad. Las pasiones propias de estos tiempos hacen inaccesible la reflexión racional. Por lo mismo es deseable que en Chile podamos comprender antes que juzgar. Como enseñó Ruth Bader Ginsburg, allí radica la verdadera justicia.