Presidencialismo y sistema proporcional: Una mala idea
Lo importante, eso sí, es que más allá de los problemas de uno u otro, lo más grave es la acción conjunta de un régimen presidencialista con un sistema proporcional. Con todo, por alguna razón, la discusión pública ha obviado ese punto y se ha centrado exclusivamente en los problemas del régimen de gobierno, omitiendo que el sistema proporcional también ha tendido a la paralización de la política.
Desde hace un tiempo que nuestro sistema político está paralizado y es incapaz de procesar adecuadamente las demandas ciudadanas. Es más, la política tiende a entrampar esos reclamos en un sinfín de discusiones legislativas que giran una y otra vez sobre sí mismas, y no logra darles cauce institucional. Solo por dar un ejemplo, hace muchos años sabemos que es urgente realizar cambios gruesos al sistema previsional, pero aún nuestra política no ha sido capaz de concretarlos. Algo similar ocurre con el proyecto que busca reformar sustancialmente Fonasa, que sigue empantanado en el Congreso desde el inicio de año.
Esta paralización, lejos de ser un problema meramente abstracto o académico, se relaciona directamente con la crisis que comenzó en octubre de 2019. Si de un segundo a otro explotaron tantas demandas conjuntas es, probablemente, porque ellas siempre estuvieron ahí sin ser digeridas políticamente. Esto no se debe solamente –y como fácilmente se piensa– a que muchos de nuestros políticos son, derechamente, malos políticos (de ahí que el “que se vayan todos”, que sonó fuerte en las movilizaciones del 2019, sea completamente insuficiente). Más bien, se trata de causas estructurales, es decir, de ciertas instituciones que, por el modo en que están diseñadas e implementadas, no logran procesar oportunamente las necesidades de los chilenos.
Aunque esas causas estructurales pueden ser múltiples, ad portas de un eventual proceso constituyente es particularmente importante preguntarse respecto a la –escasa– sinergia entre la figura del presidente y nuestros congresistas y, en particular, qué tanto conversa nuestro sistema presidencial y las reglas que usamos para elegir a los parlamentarios. Esto es importante porque, precisamente en esa mezcla, puede encontrarse una de las causas estructurales de esta paralización.
Partiendo por el sistema electoral, la reforma al binominal implicó, entre otras cosas, que los umbrales para ganar un escaño en el Congreso sean menores. Claro, todo en búsqueda de una mayor proporcionalidad y representación, pero ¿a qué precio? Lo que hemos observado en los últimos años revela un hecho bastante claro: ya no hay una sola oposición, sino que varias, fragmentadas entre sí, fenómeno que no ha sido gratuito, dado que cada fuerza política tiene su agenda propia e intereses particulares a defender, muchas veces incoherentes entre sí. Esta atenuación del espíritu de coalición, que quedó en evidencia con la reciente incapacidad de la izquierda de unirse en primarias, hace mucho más complejo alcanzar y mantener acuerdos políticos. Además, si a esa fragmentación añadimos la polarización que nos afecta sostenidamente desde inicios de los 90, el panorama se vuelve más complejo.
Por su parte, nuestro presidencialismo también tiene sus problemas. Es un sistema muy rígido y sin válvulas de escape para enfrentar adecuadamente crisis políticas intensas como la que aún nos afecta. Eso hace que fácilmente sea blanco de críticas cuando nos domina una paralización como la actual.
Lo importante, eso sí, es que más allá de los problemas de uno u otro, lo más grave es la acción conjunta de un régimen presidencialista con un sistema proporcional. Con todo, por alguna razón, la discusión pública ha obviado ese punto y se ha centrado exclusivamente en los problemas del régimen de gobierno, omitiendo que el sistema proporcional también ha tendido a la paralización de la política.
El naipe, entonces, está abierto. Debemos hacer cambios, tanto al presidencialismo como al sistema proporcional. Sin embargo, hay buenas razones para pensar que es en el segundo punto donde necesitamos usar más profundamente el bisturí, no para volver al sistema binominal, sino que para buscar una alternativa mejor, o bien atenuar sus imperfecciones mediante mecanismos que amainen su fragmentación y polarización y fomenten una política coalicional.
Mientras lo anterior no ocurra, seguirá la percepción de que el sistema político es más una piedra de tope que un medio para canalizar el malestar ciudadano. De ahí que tomarse en serio estas preguntas no son asuntos abstractos, sino que materias que dicen relación directa con la calidad de vida de las personas.
*Pablo Valderrama es Director Ejecutivo de IdeaPaís y miembro del comité asesor de ReConstitución.