Primavera chilena: camino a una nueva Constitución
Se ha hablado mucho en estas últimas semanas de la "Primavera chilena," los análisis han apuntado al anhelo del pueblo chileno tanto a una legítima aspiración a la felicidad como a su temor al desorden y la anarquía. Desde Hungría en '56 y Checoslovaquia en '68, pasando por Tiananmen en Pekín en '89, Tahrir en El Cairo en 2011, M-15 en España y "Occupy Wall Street" en Nueva York, hasta Hong Kong en nuestros días, las "primaveras" políticas son recurrentes de manera casi natural. Lo que ocurre en Chile hoy no es ni único ni misterioso. En todas ellas, una muestra representativa de un pueblo emerge: ocupando calles y plazas, para pedir el "renacer" de la sociedad, es decir, el abrirse a un nuevo ordenamiento político-social que al mismo tiempo es un retorno a los orígenes.
Se dan primaveras políticas cuando la autoridad del gobierno, que, como dice Arendt, reposa en la opinión de los ciudadanos, colisiona contra una "negativa universal de obedecer" de los ciudadanos. Cuando gente pobre, acomodada, jóvenes y viejos, mujeres, hombres y transgéneros, inmigrantes y cesantes, metropolitanos y provincianos, bajan a la calle en una primavera política, significa que su opinión ya no sustenta más al gobierno. Este se queda vacilando en el aire, sin pie y angustiado. Resultando en que las razones que antes obligaban ahora pierden fuerza y no obligan más.
La opinión política que otorga legitimidad a los gobiernos no se mide a través de encuestas sobre cual político está mejor evaluado o cual política pública recoge más o menos aprobación, por la simple razón que es una opinión que descansa y se manifiesta en principios fundamentales de igual trato, respeto y dignidad que han sido incumplido por un determinado orden político y social. Estos son principios de felicidad pública que todos sentimos como si nos fueran naturales y se hubiesen debido respetar desde un comienzo. En las primaveras, la gente baja a la calle para dar cuerpo a principios constitucionales que el orden político establecido no ha sabido o querido tomar en cuenta. Es un error pensar que un Estado democrático legítimo tiene como su primera obligación mantener el orden. En realidad, su obligación más alta es asegurar que el orden de sus leyes y políticas públicas correspondan a los principios constitucionales, es decir, la obligación más fundamental del Estado es su compromiso a realizar, dentro de lo posible, el anhelo a la felicidad publica de los ciudadanos.
En tiempos de primavera política, los pueblos piden dar cuenta a sus gobiernos. Esta cuenta no se mide en términos monetarios si no en términos de fidelidad a los principios fundamentales. Estos últimos no tienen precio, y por ende no se puede comprar la obediencia de un pueblo a través de un alza de salario acá o una bajada de precios allá. Por eso, la crisis de legitimidad a la cual da lugar la primavera política se puede solucionar solamente a nivel constituyente, o, en los términos usados hoy por hoy, a través de un nuevo "pacto social". En primaveras políticas la calle es el lugar donde el orden estatal se topa con el vacío de gobierno que resulta cuando el pueblo le quita su confianza. Algunos llenan este vacío de gobierno con desorden, pero la gran mayoría sale a la calle para dar lugar a un nuevo comienzo constitucional en la vida del país.
¿Se puede "renacer" volviendo a una constitución anticuada, como piden algunos comentaristas que proponen retomar la Constitución chilena del 1925? Hay dos razones por la cual creo esta no sea la mejor propuesta. La primera es que el anhelo constituyente de la calle apela a principios que son naturales porque no tienen historia: ellos son tan primordiales que no tienen fecha de vencimiento, y por eso mismo justifican el anhelo de cada generación de comenzar algo de nuevo. En una primavera política, la calle anhela un renacer, no a una vuelta atrás.
La segunda razón es que el renacer de una primavera política requiere que la nueva constitución sea aquella de la calle: no del Estado y de sus representantes. En una primavera política, el mecanismo de la representación electoral es como un vagón de metro vacío que no lleva a ningún lado. Bajando a la calle, la sociedad ha cambiado de riel: su aspiración no puede ser cumplido por los representantes parlamentarios tradicionales. Pero cambiar de riel no significa descarrilar: el problema no se soluciona diciendo que no se necesita más representación política. Esta es una ilusión populista que hace solamente el juego a un líder que, tarde o temprano, va a pretender ser el ventrílocuo de la calle.
Ahora bien, el gran problema es ¿cómo dar realidad al anhelo de la calle por una nueva constitución?
Propongo que se considere adoptar un nuevo mecanismo de representación política que facilite el nuevo riel que la calle necesita para llegar a la nueva constitución.
Aparte la representación parlamentaria, existe otro tipo de representación: la "pictórica" o "muestral". La idea de tal representación es que no se necesita un representante soberano para dar cuerpo a los principios constitucionales: es suficiente un número de seres humanos cualquiera, con tal que cuando estén juntos en una asamblea deliberativa, ellos "reflejen" (tal como una pintura o foto) la composición del pueblo en su pluralidad y diversidad.
Este tipo de representación tiene una larga historia republicana. Es una representación democrática porque, al contrario de la parlamentaria, el representante cualquiera no necesita estar "en las alturas" respecto de los representados. No se escogen porque pensamos que deben de tener algo "más" que nosotros, que deben ser "mejores" que nosotros: ellos son escogidos justamente porque son exactamente como cualquiera de nosotros. Dado que el acto de escoger un representante conlleva un principio de discriminación, es decir, un juicio que A es "mejor" que B (y por eso lo votamos), pero si en vez, el representante debe ser tal como somos nosotros, queda claro que nadie lo necesita elegir: por eso la selección de tales representantes republicanos debe ser echa por sorteo, de manera aleatoria.
Luego, si se desea guiar al pueblo en la calle hacia el segundo riel de un proceso constituyente, y al mismo tiempo se desea evitar el descarrilamiento de la primavera hacia tentaciones autoritarias o populistas, este proceso debe de ser acompañado por una Asamblea Constituyente donde los representantes no sean políticos si no "tales como" cualquier otro ciudadano, y esto significa: deben de ser escogidos aleatoriamente en la población para formar un retrato en miniatura del pueblo chileno en toda su diversidad y pluralidad.
Este mecanismo alternativo de representación se ha implementado en otros países recientemente en procesos constituyentes. Tiene además la ventaja de satisfacer el anhelo del Presidente de la República de "escuchar" al pueblo y de entablar una discusión abierta con toda la sociedad, a la manera de la propuesta del presidente de la República Francesa, Emanuel Macron, para dar representación a la protesta de los chalecos amarillos con los cuales muchos comparan la primavera chilena. La diferencia es que en Chile esta forma de representatividad sería abierta a cualquiera y tendría poder constituyente. Si el gobierno y la oposición logran facilitar la realización de la aspiración de la calle a la felicidad publica, la próxima primavera, se podrá gozar de nuevo al aire libre y más natural de una nueva constitución.
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