Promedios virtuosos
Durante las campañas, en los debates acerca de políticas públicas se suelen desacreditar los promedios para medir el desempeño de la economía y “el modelo”. Para ello, se recurre con frecuencia a la genialidad de Nicanor Parra: “Hay dos panes. Usted se come dos. Yo ninguno. Consumo promedio: un pan por persona”.
Por ejemplo, a la afirmación de que Chile alcanzó los US$ 23 mil de ingreso per cápita antes de la pandemia se le cuestiona su realidad apelando a que la mitad de los chilenos se pregunta dónde están sus US$ 23 mil. Es cierto que los promedios no son la única variable relevante y que es necesario observar al menos dos parámetros más: la dispersión (que en el caso de los ingresos se suele mirar desde la perspectiva del Gini) y la movilidad de las personas.
Al margen de que PIB per cápita no es lo mismo que ingreso disponible, en el caso de los ingresos, al ser la distribución asimétrica, las personas que quedan debajo del promedio son más de la mitad. En la práctica, la mediana de los ingresos totales en base a la Casen 2020 para nuestro país va desde un 48% a un 64% del promedio, lo que significa que el 50% de las personas perciben entre US$ 11,5 mil y US$ 15 mil, en lugar de los mentados US$ 23 mil. Pero lo cierto es que, en 1990, el PIB per cápita era solo US$ 8.828, es decir se ha triplicado, como resultado de un incremento sostenido del 3,2% anual por 30 años. Y ese aumento ha sido más rápido que eso para el 50% de las personas de menos recursos. Un gran mérito de nuestro país bajo los gobiernos de la Concertación y la centroderecha.
Ese desempeño nos ha puesto en el umbral del desarrollo, ha elevado el bienestar de todos los chilenos , y lo ha hecho más simétrico, como lo muestran otros indicadores. El 23% de los hijos de padres de bajos ingresos, por ejemplo, ahora se encuentra dentro del 25% más rico de la población, la más alta movilidad social de los países de la OCDE (en los EE.UU. es un 10%). Mirando hacia el futuro, el alto porcentaje de personas entre 25 y 34 años que ha completado su educación secundaria, supera también el promedio de la OCDE, lo que permite augurar que la movilidad social continuará en alza. Mientras, por el lado de la dispersión, el coeficiente Gini, que en 1990 era de 57,2, cayó a 44,4 el 2017, un importante avance en reducción de la desigualdad, aunque continúa siendo alta.
En términos muy simples, promedio, distribución y movilidad pueden resumir los logros en cuanto a bienestar material de una sociedad. Por tanto, si quisiéramos definir la esencia de un sistema desde la limitada visión de lo material, “el modelo” lo que hace es poner el acento en desplazar la distribución hacia arriba, fomentando el crecimiento y la movilidad a través del respeto a la libertad individual, el incentivo al esfuerzo personal y al mérito en función de las oportunidades que se tengan. Por su parte, la alternativa que se plantea pone énfasis en lo redistributivo para asegurar derechos sociales, apostando a reducir así la desigualdad, tomando recursos de la mitad de arriba para entregarlos a la mitad de abajo.
Ambos planteamientos persiguen el bien del país y su población, pero difieren en la forma de conseguirlo. A la hora de evaluar cuál es el modelo preferible es interesante hacerse la pregunta desde la perspectiva del “velo de la ignorancia” de Rawls: si soy un alma a punto de encarnarme a través de un proceso aleatorio, donde no sé qué edad, sexo, color de piel, educación o talentos me van a tocar en la ruleta del destino, ¿en qué sociedad prefiero aterrizar? ¿En aquella que prioriza libertad, crecimiento y movilidad social, en que la persona dependerá de sus habilidades y esfuerzo? ¿O en la que aspira a que la redistribución ponga a todos en condiciones similares, aunque en un contexto dinámico en que el bienestar de todos pudiera ser más bajo?
Probablemente, con el paso del tiempo, la diferencia radicará en la capacidad de la sociedad de financiar sustentablemente la ayuda a quienes salieron desfavorecidos en el sorteo de Rawls, lo que va a depender de haber podido mantener un buen promedio de crecimiento. Es por ello que, a la hora de elegir, no se debe pasar por alto la virtud de ser capaces de resolver problemas sociales sin desviar a nuestro país de la trayectoria recorrida desde la vuelta a la democracia: crecer.