Opinión

PS en modo tribal

Dedvi Missene

En shock.

Así está el progresismo norteamericano frente a las severas transgresiones y amenazas del Presidente Donald Trump, que parece pillarlos sin respuestas. Han debido entonces ensayarlas, contra el tiempo. Se pueden apreciar, en ese sentido, a lo menos tres tácticas distintas: están los “luchadores”, que se lanzaron a las calles a protestar, congregando miles de personas (Bernie Sanders, Alexandria Ocaso Cortés). Luego están los “complacientes”, que han intentado llevarse bien con los republicanos y hasta con Trump, para intentar ventajas -o evitar venganzas- respecto de sus estados (la gobernadora Whitmer es un ejemplo: eso sí que le salió el tiro por la culata, pues le hicieron una bochornosa encerrona en el Salón Oval). Y luego están los “flagelantes”, que están en una travesía por el desierto para mirar las debilidades del Partido Demócratas, identificando qué permitió que esta ideología trumpiana triunfara. Este último grupo, liderado en parte por Ezra Klein -columnista del New York Times-, propone la “abundancia” como antídoto al populismo radical de ultraderecha. Plantea una agenda progresista no basada en oponerse a cosas, sino centrada en construirlas. En su visión, los demócratas decidieron, en algún momento, que su éxito era ponerle regulación a un libremercado salvaje. Como dicen Klein y Derek Thompson en su libro Abundance, los progresistas se sintieron satisfechos y eficaces al frenar proyectos que podrían dañar a las comunidades o el medioambiente. El problema es que no pensaron en que también se debe construir. No hay combate a la desigualdad sin nuevas casas, autopistas, metro, infraestructura pública, escuelas, salas cunas, hospitales. Todo aquello que las clases menos afortunadas requieren, pero no solo ellas, si se aspira a una sociedad con cohesión social básica.

Es un debate urgente el del progresismo de Estados Unidos, que irradiará al mundo progresista global, que enfrenta similares dilemas para explicar de qué se trata su ideario frente a los populistas radicales.

Cual táctica es mejor, eso se verá.

Pero lo que nadie parece estar ensayando allá -ni pensar que sería útil- es la táctica que parece estar implementando acá el Partido Socialista: dividir al progresismo chileno, especialmente al de corte socialdemócrata. Frente a la adhesión que marca en las encuestas el diputado Kaiser, además de lo que marca José Antonio Kast, más la candidatura probable del Partido Social Cristiano con Rojo Edwards -tres partidos que promueven agendas en sintonía con las ultraderechas del mundo-, el PS ha optado por dividir y debilitar la marca del Socialismo Democrático, que sería la corriente progresista más competitiva frente a las candidaturas de las derechas, que corren con viento a favor.

El PS no solo decidió no respaldar a Tohá y llevar como candidata a la senadora Vodanovic, quien teniendo muchos méritos y fuerza, hace cuesta arriba que gane esa sensibilidad de centroizquierda la primaria, como comentamos hace dos semanas. Además de eso, que ya es muy lesivo, el PS ha ido agregando más elementos de división mientras pasan los días, coronados con la frase de la senadora Vodanovic de que no hay tal “hermandad” con el PPD.

Es difícil entender cómo la lógica de la división de fuerzas y el énfasis en la diferencia intra-SD pueda hacer que las personas sientan mayor confianza, mayor adhesión, mayor sensatez, en ese sector. De cara a un Frente Amplio que hizo justo lo contrario -por sobre sus diferencias, hizo un solo partido grande-, el SD está siendo llevado a escenarios destructivos por su principal fuerza, el PS, que está jugando a “corretear” a sus socios. Apruebo Dignidad (que ya no ejerce como coalición) vetó al PPD en la primaria de la elección pasada. El PS dijo: sin nuestros socios, no. Pero ahora el PS parece estar desconociendo a esos socios.

Es muy extraño, porque a diferencia de Apruebo Dignidad, el SD ha resistido hasta ahora como marca -y como identidad diferente- del PC y del FA. Ni el FA en su época de mayor rebeldía anticoncertacionista, ni los pésimos resultados en la última elección presidencial, ni el desgaste de liderar cargos clave en un gobierno donde partieron como “anillo” periférico; nada pudo, hasta ahora, matar esa marca. Porque se mantuvieron unidos, y porque los cuadros que tienen hablan por sí solos: para las personas es reconocible esa centroizquierda socialdemócrata, su modo, su estilo, sus énfasis, su gradualidad, su horizonte universalista, que definieron por varias décadas el sentido común y el sentido de lo común también.

En Estados Unidos, pese a la crisis y la confusión, parece haber al menos claridad en el progresismo de que no es momento de tribalismo ni menos de pulsiones o dinámicas caníbalizadoras. Y eso último parece ser justamente en lo que está cayendo el PS, equivocándose rotundamente de adversario.

Más sobre:PSFADonald TrumpProgresisimoEzra KleinPartido Democrata

COMENTARIOS

Para comentar este artículo debes ser suscriptor.

No sigas leyendo a medias. Accede a todo

NUEVO PLAN DIGITAL$1.990/mes SUSCRÍBETE