¿Qué aprendimos en 2020?
Por Eugenio Guzmán, decano de la Facultad de Gobierno UDD
Al realizar un balance político de 2020, uno podría verse seducido por los resultados del plebiscito de noviembre (78% de los votantes optó por un cambio constitucional), pensar en que por fin el país ha alcanzado un relativo consenso, y que se encamina por un camino de acuerdos dejando atrás conflictos y disputas políticas. Sin embargo, no lo parece. Primero, porque solo algo más de la mitad del padrón se manifestó, y a pesar de expresiones de alegría e ingenuidad como aquella que “fue la mayor de la historia de la república”, además de insultar a la aritmética, lo cierto es que la participación no fue la esperada.
Pero existen otras razones. Más allá de las legítimas facultades del Congreso para fiscalizar las decisiones del Ejecutivo, desde el retorno a la democracia no habíamos sido testigos de tantas acusaciones constitucionales y amenazas de ellas en tan corto lapso de tiempo. Para qué decir de las interpelaciones, la mayoría de ellas durante 2020. Como muestra, entre enero y marzo de este año, se interpeló a los ministros y ministras de Trabajo, Salud, Hacienda, Medio Ambiente y de la Mujer, consiguiendo que cada bancada política lograra la tan anhelada cobertura mediática. Pero además de los logros mediáticos, genera incentivos a la polarización, pullas más, pullas menos, finalmente hay que alinearse y la tensión se acumula. Para qué decir que en menos de un año se han presentado, algunas veces con éxito y en otras no, tres acusaciones constitucionales.
Un ingrediente adicional, resultante de la reforma electoral de 2015, que ha incidido en el grado de polarización y conflicto, es el grado de fragmentación del sistema de partidos, es decir, la proliferación de ellos. En estricto rigor, el número efectivo de partidos aumentó de 7 a 10, lo que no es poco, de hecho, ya era alto, pero cuando comparamos el número de partidos que participaron en 2013 y 2017, la diferencia es mucho mayor. En efecto, mientras en 2013 se presentaron 15 partidos agrupados en seis listas, en 2017 fueron 26 en nueve listas. Ello es consecuencia del aumento del tamaño de los distritos (de 2 a 5,5, en promedio), pero también, que tanto antes con el binominal como ahora, los partidos compiten en listas, en las que suman sus votos, produciéndose lo que vulgarmente se ha denominado el chorreo de votos desde candidatos de alta, a otros de muy baja votación. Ello se ha traducido en un carnaval de conflictos. Para qué decir si tenemos en cuenta los últimos acontecimientos de divisiones y nuevas formaciones políticas de los que somos testigos.
En este contexto, la pregunta es, ¿qué hemos aprendido? Difícil pregunta. Por lo pronto, que parece estar lejos el propósito de que la política sea un espacio común, en que sus actores principales tienen como rol, entre otros, acrecentarlo. Ciertamente, sería injusto atribuir a todos los actores políticos la responsabilidad en estos resultados.
La falta de elegancia en los dichos y expresiones de autoridades de gobierno han sido con frecuencia el motivo de justificadas reacciones. Sin embargo, en algunos casos, dichas reacciones llegan a ser destempladas por sus niveles de exageración. Indudablemente, todo esto es parte de un nuevo ciclo en política, “todo lo político es personal” y en esa medida las palabras no tienen más límites que las expresiones de los que las interpretan. ¿Habrá que acostumbrarse? Tal vez. Cualquiera sea el caso, la política requiere puntos de contacto. No se trata de pusilanimidad o cautela, sino de prudencia, cordura y previsión. Virtudes que no parecen muy presentes en el recuerdo de este año del Covid.