Que no se repita
Por César Barros, economista
Parafraseando a uno de los mejores cuentos de Borges:
“Para que su horror sea perfecto, César, acosado por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros, la de Marco Junio Bruto, acaso su hijo, ya no se defiende y exclama: ¡tú también hijo mío!”.
“Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos después, en el sur de Buenos Aires, un gaucho es agredido con cuchillos por otros gauchos, y al caer reconoce a un ahijado suyo... y le dice lentamente: ¡Pero, che! Lo matan, y no sabe que muere para que se repita una escena”.
Bueno, el año 1964 casi desaparece la centroderecha en el Parlamento chileno. Y se desató primero la reforma agraria, luego las guerrillas armadas del MIR, elegimos a un Presidente marxista leninista (el propio don Salvador lo dijo, explícitamente) y el guevarismo se apoderó del PS. Chile se dividió en dos bandos irreconciliables, de lo cual no tuvieron la culpa ni la CIA, Nixon o la KGB. Unos queriendo transformar Chile en numerosos Vietnam (don Carlos Altamirano dixit) y el país en un satélite de la ex URSS. El resto muerto de miedo (“unos al paredón, las otras al colchón”). Y se produjo un susto tan grande que los llamaron y llegaron los militares. Se acabó la democracia por duros -y para muchos crueles- 17 años.
Creo que si en estas parlamentarias el centro razonable, y la derecha, sufren lo mismo que en la Convención Constitucional en abril, o en las parlamentarias de 1964, veremos repetirse -versión siglo XXI- lo ocurrido hace seis décadas: la aplanadora de izquierda con tintes extremos y de revancha, que se irá apoderando de nuestros espacios democráticos. Y la democracia chilena verá, como en el cuento de Borges, que habrá sucedido todo para que la escena se repita.
Esta elección parlamentaria es mucho más importante que la presidencial: es el contrapeso único para una Convención Constitucional intolerante, y de tintes poco democráticos. Los votantes de centro y centroderecha -que son la mayoría en Chile- no pueden confundirse: una repetición de lo ocurrido en 1964, o hace poco, con la Convención Constitucional elegida en abril. La democracia necesita de una centroderecha fuerte, moderna y bien representada, aunque no sea necesariamente mayoritaria. Pero si queda solo de adorno, como en la Convención Constitucional o como ocurrió en 1964, vamos a repetir historias que no quisiéramos recordar. Y el fascismo callejero de izquierda, nos lo recuerda todos los viernes en Santiago, todos los días en La Araucanía, y en la Convención.
Aquí estamos -como en 1970- con dos campañas del terror simultáneas. Ambas alimentadas por las imágenes fabricadas con entusiasmo -desde hace años- por dos candidatos que jamás soñaron ser punteros: uno de joven agitador y revolucionario, que no encarna para nada la visión de una socialdemocracia moderna, y otro con un programa que tampoco representa a la centroderecha razonable y moderna. Y Chile entre la espada y la pared, esperando sentir el frío del acero.
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