¿Qué preservar?
Andrés Pesce, CEO Kayyak Ventures
No es cierto que estamos cableados para que el egoísmo sea el motor de nuestras motivaciones; la capacidad de colaborar distingue mucho más al homo sapiens de otras especies que el “dominio del más fuerte”. En lo que Riane Eisler y Douglas Fry, en su libro “Alimentando Nuestra Humanidad[1]”, denominan el continuo Sistemas de Dominancia Sistema de Colaboración, el Capital de Riesgo-Inversión de Impacto se ubican en la zona de sistemas de colaboración que condicionan a nuestra biología para sacar lo mejor de la humanidad: la empatía, el cuidado por el otro, la generosidad y el bien común más allá de la “tiranía de los genes egoístas” que a veces parecieran gobernar nuestra sociedad.
Desde hace 15 años, Chile viene impulsando una política de fomento al emprendimiento y al capital de riesgo. Es una de las pocas políticas públicas consistentes durante los últimos 4 gobiernos. El proceso comenzó con un fuerte impulso de CORFO que pretendía abrir camino para que los privados tomaran la posta en algún momento. Se esperaba la entrada de los fondos de pensiones, primero, y de los family offices, después, y que los gestores se irían sofisticando para eventualmente recibir aportes de inversionistas “retail”, más tarde. Ese relevo, sin embargo, no llegó y quienes esperábamos ese bus nos resignamos en ciertos momentos a bajar los brazos.
Justo ahora, cuando la iniciativa privada como complemento a los esfuerzos públicos para mejorar las vidas de las personas es descalificada y ninguneada, estamos experimentando un desarrollo del capital de riesgo que, quienes estamos en esto hace años, jamás imaginamos. Niveles de inversión record, emprendimientos creciendo a escala global y fondos que por primera vez alcanzan dimensiones relevantes con aportes 100% privados.
El talento está distribuido homogéneamente en la sociedad, pero la capacidad de tomar riesgo no lo está. El capital de riesgo es virtuoso porque permite a ese talento tomar riesgo para probar y desarrollar sus ideas. Genera una relación horizontal entre el capital y el talento, porque reconoce que éste último es mucho más escaso que el primero. Es virtuosamente asimétrico: cuando el fondo gana, el emprendedor gana mucho más, y cuando el fondo pierde todo, el emprendedor queda protegido y puede volver a empezar. Las nuevas empresas que pueden prosperar de esta forma, son intensivas en conocimiento, lo que sofistica nuestro tejido productivo y permite generar empleos de más calidad. Rompen feudos y permiten mejorar en calidad y precio servicios que llegan a millones de personas. Estos emprendimientos colaboran también con empresas establecidas y con el Estado para mejorar y modernizar la forma en que muchas cosas se desarrollan actualmente.
Lo que subyace es el impacto como una hebra fundamental de este tejido. Contar con una nueva generación de emprendedores con propósito es fundamental para abordar los desafíos más acuciantes de nuestra sociedad. En la base de todo este esfuerzo está el mejorar las vidas de millones de personas en nuestro país. Las compañías que tengan esto en su centro, serán más resilientes y podrán atraer el mejor talento, algo esencial para la sostenibilidad de largo plazo y la legitimidad de nuestro tejido económico.
En tiempos en que muchos claman por una refundación en todos los ámbitos, es bueno recordar a Humberto Maturana cuando decía que lo esencial en tiempos de cambio es preguntarse qué preservar. Es importante cuidar este inédito impulso del capital de riesgo y nuevos emprendimientos que, desde una lógica de colaboración, pueden resignificar el rol de las empresas y la iniciativa privada en el desarrollo integral de nuestro país como un complemento al rol del Estado. Una visión dicotómica Estado-Privados no nos va a permitir lograr el sueño de un desarrollo inclusivo para Chile.