Quien calla otorga

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Por Jorge Burgos, abogado

Sí, el silencio frente a una crítica, a un juicio de reproche, puede interpretarse como aceptación.

Se instaló en nuestro debate político un duro reproche a lo que significaron los treinta años desde la recuperación de la democracia, en particular los cuatro gobiernos de la Concertación. Desde luego nadie podría alarmarse, ni mucho menos molestarse por el debate ni la crítica.

Lo que sí llama la atención son las tibias respuestas, cuando no los silencios, de quienes vienen sin duda de la orilla de la Concertación, y el fenómeno se ha hecho más notorio en estos días con ocasión del torneo electoral de ese espacio político. Ante preguntas que presumen una negativa gestión gubernamental, la mayoría de las respuestas son culposas como verbo rector, la defensa de lo hecho suele ser accesoria y por ende termina perdiendo fuerza y convicción.

Desde estas líneas y mi condición circunstancial de aprendiz de columnista, sin otro título que la ciudadanía y el haber sido orgulloso actor de reparto de aquella época, me rebelo ante el silencio.

Solo a modo ejemplar, permítame el lector las siguientes consideraciones.

A treinta años de recuperada la democracia, Chile se ubicaba como el país más desarrollado y estable de América Latina, afirmación que encontraba asidero en casi todos los indicadores. Su ingreso per cápita era el más alto de la región y la tasa de crecimiento de los cuatro primeros gobiernos de la Concertación más que duplicaba el promedio alcanzado por la dictadura en su periodo de 17 años. El PIB había subido de 33 mil millones de dólares el año que asumió Aylwin, a 263 mil millones cuando Bachelet dejó el poder en 2017; y el PIB per cápita, de 5.800 a 24.600 dólares, esto es, se multiplicó por más de cuatro veces en esos treinta años. La tasa de inflación heredada de Pinochet, que era de 22,1%, ya en el promedio del gobierno de Frei bajó a 6,9% y se ubicó en los siguientes 17 años en el rango del 3,5%.

El Índice de Desarrollo Humano, que evalúa los logros en salud, educación y nivel de vida digno, ubica a Chile como el país con el nivel más alto de toda América Latina. El esfuerzo desplegado por los gobiernos para aumentar el gasto social per cápita en educación, salud y vivienda fue notable, al punto que, medido en número índice, se elevó de 100 en 1989, a 226 en el año 2006, es decir más que se duplicó. La esperanza de vida al nacer subió en el período de 73,4 a 79,7 años, vale decir en 6,3 años. La cantidad de personas en situación de pobreza bajó de un 38,6 en 1990, a un 7,8% en 2013. El coeficiente de Gini, que se utiliza para medir la desigualdad, indica que ella bajó de 57,3 puntos en 1990 a 47,7 en 2015.

Hay pendientes, sí y muchos, pero convengamos que pedir una renovación del mandato popular para asumir con rigor esos pendientes, requiere de convicción por lo mucho construido y no silencios dubitativos.

Imagínese el lector si el derrotero elegido para gestionar hubiera sido, no digo el bolivariano, sino el kirchnerista, Dios nos libre.

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