¿Quién gobernará el futuro?

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Por Gloria de la Fuente, presidenta Fundación Chile 21

Hace mucho tiempo, y más por estos días de incertidumbre, ronda la pregunta sobre la importancia de los liderazgos para enfrentar una situación tan compleja como la que atravesamos. Todavía es temprano para vaticinar si lo que hemos visto en otras latitudes en figuras como Jacinda Ardern o Angela Merkel lograrán finalmente sortear con éxito la salida de esta situación. Lo que sí es cierto es que por lo menos, hasta ahora, una mezcla de empatía y confianza en las decisiones de la autoridad y, por cierto, capacidad del Estado para responder a sus ciudadanos, han logrado hacer la diferencia. Creo que debiéramos mirar esa experiencia con mayor interés.

En nuestro caso en particular, la pregunta por los liderazgos no es solo producto de la pandemia, es también resorte de aquello que no desaparece, sino que está en estado de latencia, el estallido social que develó los malestares profundos de una sociedad que desconfía de sus instituciones y de sus líderes. En efecto, como muestra la reciente encuesta Criteria, ante la pregunta ¿quién le gustaría que fuera el próximo presidente?, ninguno de los potenciales candidatos, ni aún el que tiene más horas de exposición en televisión, supera el 18% de las menciones espontáneas, cuestión no menor si consideramos que estamos a menos de dos años de que tenga lugar el próximo evento electoral.

Es cierto, estamos en un escenario especialmente complejo e inédito. Las preguntas que surgen desde el estallido social, la pandemia y sus consecuencias sociales y económicas no se responderán fácilmente. Pero justamente por esta situación, es que es preciso hacernos la pregunta sobre cómo esperamos que se produzcan nuevos liderazgos en el futuro en esta coyuntura crítica; ¿surgirán nuevos clivajes? ¿surgirán nuevos líderes?

Por cierto, tener buenos liderazgos no es por sí mismo la solución a todos nuestros problemas porque estos deben representar proyectos y visiones de mundo que hagan sentido y tengan estructuras acordes para poder sostener estas miradas. En eso estamos al debe, si miramos que los partidos políticos, lugares donde naturalmente debiera producirse esta apuesta, están en el último nivel de confianza ciudadana. No obstante, lo otro es la amenaza de la demagogia populista, que finalmente termina socavando las instituciones y la propia vía democrática para sortear un mundo en que las cosas van a tender a cambiar radicalmente.

Probablemente el primer desafío que enfrentamos es poder superar la pulsión a la demagogia en nuestros debates, frente a un drama como el que enfrentamos. A ojos vista de la ciudadanía, cuesta entender el intercambio cruzado que se produjo esta semana a propósito de la rebaja a la dieta parlamentaria. ¿Qué costaba reconocer que hubo dos diputados que hace años planteaban esta discusión que hoy hizo sentido común a todos? ¿Por qué caemos en el absurdo de apuntar con el dedo a parlamentarios que, bajo las reglas electorales vigentes y aprobadas por el propio Congreso, han sido electos con pocos votos? ¿Tiene sentido esta discusión cruzada sobre donaciones y financiamiento de la política en momentos donde el país enfrenta una crisis sanitaria de proporciones? ¿No es más relevante enfrentar posiciones y argumentos sobre el ingreso familiar de emergencia para poder ayudar a las familias del país a sortear con algo más de alivio la dramática situación en los próximos meses? ¿No es mejor debatir sobre la necesaria regulación para evitar que ocurran abusos como los que hemos visto con la ley de Protección del Empleo? Con justa razón, la indignación no ha desaparecido y es de esperar que se encauce adecuadamente en el proceso constituyente.

Pareciera que los debates de nuestra política están en otro lado y no logran generar capacidad de hacer lo que los liderazgos reales deben hacer, enfrentar la coyuntura, pero teniendo siempre en el horizonte hacia donde quieren invitarnos a caminar. Así las cosas, el panorama no es auspicioso y probablemente lo que prime es la resignación a enfrentar el futuro mirando el mal menor con el consecuente daño que esto traerá para intentar levantarnos de este mal momento para nuestra sociedad.