Quién mucho pide, poco consigue
"El gobierno corporativo debe responder al objetivo y sentido de la empresa. Conocida es la receta de Milton Friedman: maximizar las ganancias dentro del marco de lo que impone la ley."
Imponer representantes de los sindicatos en las mesas de directorio de las grandes empresas, en igual número que los accionistas, reza una de las ideas lanzadas en esta revuelta campaña presidencial. Una propuesta consistente con las prevalentes consignas de igualdad, exaltadas en proclamas del envilecimiento empresarial. Más allá de la vacuidad de ciertas miradas maniqueas, no debemos tomar con liviandad el gobierno corporativo de la empresa.
Son las grandes compañías las principales responsables de ejecutar inversiones, producir bienes y servicios, generar buenos empleos y empujar el progreso. Y su gobierno corporativo juega un rol clave respecto a cómo se toman estas decisiones. Entorpecerlas puede poner en riesgo no solo el patrimonio de las empresas, sino también la competitividad de nuestra economía. No hay país exitoso sin un vibrante ecosistema empresarial.
El gobierno corporativo debe responder al objetivo y sentido de la empresa. Conocida es la receta de Milton Friedman: maximizar las ganancias dentro del marco de lo que impone la ley. Antes de abordar sus cuestionamientos debemos comprender que su trasfondo no es el vano anhelo de lucro, sino su instrumentalización para orquestar el capital y el trabajo hacia el progreso social.
El nobel de economía estructura su mirada bajo tres principios: la clara definición de los roles en la sociedad; qué es la empresa; y cómo la búsqueda de utilidades conlleva fuertes incentivos a la innovación y la eficiencia, motores del progreso social.
Primero, asume en el Estado el rol fundamental de establecer las reglas claras, correctas y completas para que las empresas compitan por suplir las necesidades de las familias, núcleo fundamental de la sociedad.
Segunda, la definición de la empresa como una compleja y frágil organización de capital y personas cuya función es transformar insumos en bienes o servicios valorados por la sociedad. Para solventar su existencia, los ingresos de su operación deben superar sus costos.
Finalmente, la interacción competitiva de las empresas por sobrevivir e intentar maximizar utilidades empuja a crear nuevos y mejores productos (mayores ingresos) como también desarrollar eficiencias (menores costos). Ambos factores redundan en mejoras en la calidad de vida, al permitir a las familias acceder cada vez a más y mejores productos y servicios.
Sin embargo, el consenso de Friedman se ha erosionado a pasos acelerados debido, entre otras razones, al fracaso y debilitamiento del Estado en su rol para resolver grandes problemas de la sociedad. Un ejemplo claro ha sido la ineptitud de los gobiernos frente al calentamiento global, siendo el sector empresarial quien ha establecido compromisos y objetivos concretos en materia de emisiones. Otro ejemplo son los esfuerzos de mayor inclusión: el Estado y la sociedad están al debe con una serie de grupos, frente a lo cual las empresas han impuestos entre sus objetivos una mayor inclusión social.
Por otro lado, las fuentes de sentido han ido erosionándose. Las religiones y grandes ideologías han decaído, mientras las familias se han desmembrado, derivando a la gente en una búsqueda de identidad en su género, orientación sexual, raza, dieta o también en su trabajo. Así el propósito empresarial, el cual puede contribuir al sentido e identidad a sus empleados, es un nuevo factor relevante.
Cuando el Estado falla y la sociedad civil se debilita, más se les exige a las empresas. Sin embargo, en tales funciones, la búsqueda de innovación y eficiencias no deben darse por descontadas. De otro modo, el sustento empresarial corre peligro y se arriesga el progreso social.
Otra gran complejidad es que las empresas cuentan con administradores profesionales, gerentes a quienes los accionistas les encargan liderar y dirigir la delicada coordinación de sus personas y recursos. Accionistas y gerentes no guardan necesariamente los mismos intereses. Es el icónico problema del principal y el agente, frente al cual Michael Jensen, profesor de Harvard, propuso crear “gerentes accionistas” inventando compensaciones variables basadas en acciones. Ahora bien, cuando en las empresas se introducen múltiples objetivos no solo resulta más difícil articular de forma clara y eficiente a personas y capital en un fin común, sino también se crean otros tipos de conflictos de interés: por ejemplo, gerentes que quieren salvar el mundo o ganarse el favor popular a costa del patrimonio de sus accionistas o arriesgando el empleo de sus trabajadores. Arbitrar entre el sustento financiero y los nuevos roles de bienestar social que se le exige a la empresa no es fácil.
Cuando a las empresas se les exige cada vez más y su rol en la nueva sociedad se encuentra en trance, no parece conveniente tensionar sus gobiernos corporativos imponiendo estructuras que harían aún más difícil arbitrar entre los intereses de las partes. Bien recuerden los candidatos que a veces quién mucho pide, poco consigue.
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